Marta Charro (Zamora, 1991) es una de esas profesionales de sala que lleva la hostelería en la sangre. De padres cocineros, empezó a trabajar en la sala siendo una adolescente, y siempre ha llevado por bandera la atención próxima y cercana, pero profesional, y la sonrisa como carta de presentación.
Durante once años estuvo trabajando en el Restaurante El Ermitaño* en Benavente (Zamora), así como en otros bares y restaurantes de esta localidad. Después, se trasladó a Granada, donde trabajó en el Parador de San Francisco, y posteriormente, en el restaurante Al Lío, de dicha ciudad. Actualmente, dirige la sala del Seda Club Hotel Hidden Away Hotels 5*, un establecimiento de 5 estrellas situado en pleno centro histórico de Granada, en la Plaza de la Trinidad.
Marta, ¿por qué iniciaste este camino en la hostelería?
MC. Mis padres ya trabajan en restaurantes, en cocina, y yo de jovencita no era muy buena estudiante. En aquella época, la hostelería no era una profesión tan noble. Así que un verano mis padres me “castigaron” poniéndome a trabajar en un restaurante. Pero esa experiencia tuvo un efecto contrario a lo esperado, porque en vez de “fastidiarme”, me pareció increíble. Me picó el gusanillo y seguí trabajando en el sector. Pero quise empezar desde abajo, en barras de bares, como extra en bodas, etc. Ser camarera es la profesión que he elegido, que he decidido yo. Creo que es una profesión denostada, pero a mí me apasiona. Y además, cada vez se está poniendo más en valor, y eso es fantástico.
¿Qué te atrajo de esta profesión?
MC. Yo soy de esas personas que no puede parar ni un solo día, de la que no me gusta hacer siempre lo mismo. La profesión de camarera te permite trabajar en algo que cada día es diferente. El servicio de cada día lo decide el cliente que entra por la puerta. Esa incertidumbre, esa ‘no monotonía’ es lo que me ha enganchado como una droga. Es un sector en el que cada día sales a función y cada día tienes un guion diferente.
Empezaste muy joven y te has formado con la práctica, pero, ¿consideras a alguien tu maestro?
MC. He aprendido de todos mis compañeros, pero he tenido la gran suerte de haber trabajado y aprendido de Marcelino Calvo, sumiller de El Ermitaño, de José Ángel, el maitre del Parador de Granada… También de Flavio López, que fue finalista del concurso el año pasado… Y de todos los que me han acompañado en mi trayectoria, por haber tenido tanta paciencia conmigo y hacerme creer que esta profesión es algo muy bonito, aunque pueda ser complicado.
¿Recuerdas el peor de tus días como camarera?
MC. De lo malo, una no se acuerda, o no se quiere acordar. Pero es cierto que hubo días en los que recibes malas noticias y tienes que salir a trabajar con la mejor cara, mientras lloras por dentro. Tener que fingir ante el cliente cómo te sientes, es lo peor.
¿Recuerdas el mejor momento o día de tu carrera?
MC. Siendo muy jovencita, cuando estaba en El Ermitaño, hubo una cena con 10 grandes estrellas Michelin y recuerdo la gran emoción que sentí al verme allí, rodeada de esos profesionales. Sentí que quería ser como ellos.
Hablando de la profesión, ¿qué crees que es lo peor que tiene ser camarera?
MC. Yo nací para ello. Pero lo más complicado es demostrar a la sociedad, a la clientela, que no somos tontos, que no somos camareros porque no sabemos hacer nada más. Mi profesión no está suficientemente valorada, sin duda.
Este noviembre quedaste finalista en el Concurso Camarero del Año ¿Qué supone para ti presentarte a concursos como este?
MC. Son certámenes con mucha proyección que te pueden ayudar a abrir puertas, y que dan visibilidad a nuestro oficio. Entre todos formamos parte de la revolución de la sala y respaldamos una parte importante de la economía del país. Yo creo que se ha perdido mucho de esta profesión, y tiene “mala imagen”. Pero concursos como este, ayudan a dar visibilidad a nuestra profesión. Es cierto que estamos recuperando mucho, que estamos consiguiendo más derechos, que se están subiendo los sueldos y que se intenta ayudar a la conciliación familiar, pero seguimos teniendo huida de profesionales. De hecho, con el covid, muchos profesionales se fueron del sector, y ahora nos quejamos de la falta de personal de sala, pero creo que de todo esto hay que ver lo positivo. Y es que, se han quedado en el sector realmente los que amamos la profesión, los buenos profesionales.
Y precisamente, los mejores os disputaréis el título de Mejor Camarero o Camarera del país en 2024. Tú ya tienes experiencia, es tu segunda vez que quedas como finalista. ¿Qué crees que les gusta al jurado de tu trabajo?
CM. Creo que la naturalidad. Es un certamen donde nos presentamos camareros de todo tipo, también amateurs. Por eso creo que se valora el conjunto, y vieron que me desenvuelvo bien en la barra, en la sala, con la cerveza…. En definitiva, se valora saber un poco de todo, ser versátil y dar un buen servicio de forma resolutiva. Y yo soy un poco así, muy camaleónica.
Y con tu experiencia, ¿cómo te prepararás para la final?
MC. Me enfrento a la final pensando que es, sobre todo, una buena experiencia, pero es cierto que quiero la revancha, quiero ganar. Soy consciente de que la experiencia es un grado y en la próxima final sé que tengo que ir sin dudas y sin nervios, para hacerlo perfecto y disfrutar.
¿Cómo ves tu profesión en el futuro?
MC. Me gustaría que fuera una profesión en la que los aspirantes lleguen más formados. Y que en el trabajo haya mejores condiciones laborales, mejores horarios, más espacio… Y, sobre todo, que el cliente respete al camarero. La profesión de camarero es un servicio, no una servidumbre y eso lo tiene que entender el cliente.
Y tú, ¿cómo te definirías?
MC. Yo soy parte de la rueda. Intento poner siempre mi granito de arena en mi puesto laboral. Que mi trabajo tenga sentido y, sobre todo, intento cada día hacer felices a los clientes.
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