Opinión

Cuando puedan leer estas líneas, la UE ya tendrá nuevos europarlamentarios y, se supone, un nuevo equipo ejecutivo, lo presida o no Ursula von del Leyden. Verde que te quiero verde.

Sí, la que curiosamente, en diciembre de 2019 presentaba en Madrid, con motivo de COP25, el Pacto Verde Europeo; documento que dará lugar a un cambio de paradigma en la política europea que, como saben, está teniendo a la sostenibilidad y a la digitalización con protagonismo dispar en materia de éxito, en cuanto a logro de ambiciones sobre descarbonización.

Y es que lo que se abrazó con ilusión, pese al cúmulo de directrices y directivas, como las de La Granja a la Mesa o la famosa ya, en España, 7/2022, ha acabado en una especie de calvario para las empresas ante la complejidad de interpretar y aplicar las  normas  que iban emanando de Estrasburgo y Bruselas, sin olvidar las que se han elaborado a nivel autonómico.

Dificultad que, no en vano, ha provocado cierta frivolidad por quien se tomó su interpretación como una herramienta de marketing diferencial y que ha obligado a elaborar una directiva anti-greenwhasing.

O el babelismo generado de cómo calcular la huella de carbono (con un Sbti ininteligible) con pluralidad de métricas y pavor en los sujetos del supply chain a los que les afecta el famoso Alcance3.

Qué decir de la sopa de letras con la que se titulan a los diferentes protocolos para llegar a la ESG , tales como el ESRS, ahora CSRD, que entronca con el CS3D, también titulado CSDD y que da lugar a lecturas antológicas como la que dice: “Es importante destacar la conexión entre la Directiva CS3D y la Directiva CSRD, sobre todo en lo relativo a la información corporativa sobre sostenibilidad. Por ejemplo, para elaborar los informes de sostenibilidad exigidos por la Directiva CSRD, se requerirán procesos que estén vinculados a la identificación de los impactos negativos de la Directiva CSDDD”.

Todo ello, junto a casos pintorescos como los de la ya ley española 7/2022 sobre  envases de un solo uso, donde las empresas, en este caso, de hostelería, están obligadas a imponer una tasa a su demanda que, para los vasos de café, en algunos casos, ya es del orden de 0,30 euros, suponiendo un incremento de aproximadamente un 10-12% del PVP. Ingreso atípico que se queda la propia empresa, se presume (¿?) para lograr descarbonizarse.

Y a otros no tan pintorescos, como el cabildeo que se ha llevado a cabo en estamentos comunitarios, por parte de lobbies cuya labor ha hecho mella en la neutralidad de los eurodiputados a la hora de elaborar normas y que ha llevado a que, algunos, denunciaran que "El Parlamento Europeo es la casa de los ciudadanos y no el patio de los lobbies".

Puede que se haya infravalorado lo difícil que es llegar a la descarbonización en los plazos fijados. Se ha repetido frecuentemente que éste es un cambio sistémico para acometer, en varias décadas, la forma en cómo se opera en  la economía, en  la sociedad y cómo, quien consume hoy, debe dejar algo para mañana. Todo ello en un contexto de problemas a corto plazo, conflictos bélicos incluidos.

Los resultados de las votaciones del 9J confirman que, lo verde, ya no es prioritario en la UE y su marco legal precisará de una revisión.

Por eso he elegido, como titular de este artículo, unas palabras del romancero lorquiano. Para invocar la continuidad de lo establecido y llevarlo hasta el final; puesto que de la lectura de “verde que te quiero verde” se desprenden algunas consideraciones que ligan con lo expuesto acá, quizá de modo confuso; por lo que resumo:

  • Frustración como tema de fondo.
  • Alabanza del color verde como señal de vida y esperanza o modo de expresar un profundo amor por la naturaleza.
  • No tiremos por la borda lo mucho que se ha logrado: ha llegado la hora de unir madurez y pragmatismo.
  • Al fin y al cabo, y aunque parezca una verdad de Perogrullo, estamos hablando del futuro de nuestro planeta.