Slow Food

Este año, el movimiento Slow Food Catalunya ha escrito una nueva página en su historia, al conseguir sumar a las dos primeras escuelas de hostelería. Es el fruto del esfuerzo de un colectivo liderado por varios cocineros que creen y apuestan por lo que es bueno, justo y limpio. El “cabeza visible” de este movimiento en Catalunya es Martí Rosàs (1974, L’Hospitalet de Llobregat), chef y propietario de Ca la Maria, en Llagostera (Girona).

En esta bella masía cocina junto a María Hernández, su compañera y la otra parte del tándem perfecto. Ambos se conocieron en elBulli, donde trabajaron para Ferran Adrià durante tres años. Y ambos han erigido una de las casas de comidas de Girona imprescindibles. Desde 2002, Martí traslada su pasión por la cocina sostenible, ecológica y justa en cada plato. Una cocina que ha bebido también de otros nombres de la gastronomía. Y es que, antes de abrir en Llagostera, Martí pasó por restaurantes como Can Cortada, Mas Pau en Figueres, o Hacienda Benazuza. En el restaurante del Majestic aprendió las técnicas del vacío de la mano de Fermí Puig, y en 1997 hizo un stage en Lasarte. Una experiencia que le aportó además técnica y vanguardia, unos conocimientos, que, posteriormente, ha ido moldeando, para acercarse mucho más a la cocina justa, la de Km0, la que sustenta a un sector primario que recupera especies olvidadas y que evita el uso de químicos. La suya es una cocina catalana actualizada y basada 100% en productos buenos, justos y limpios, es decir, Slow Food.

Martí, ¿cómo y por qué decides entrar en el mundo de la cocina? ¿Hubo alguien en tu vida que “te inspirara”?

Desde bien pequeño, me ha gustado mucho la cocina. De hecho, mis padres, como trabajaban todo el día, nos dejaban las cosas para que mis dos hermanas y yo hiciéramos la comida. Y yo, como prefería cocinar antes que limpiar, siempre me ponía a cocinar. Después, con ocho o nueve años hice un curso  o extraescolar de cocina. Iba un día a la semana. Y ese fue mi primer contacto “medio ordenado”. Así que desde bien pequeño descubrí que me gustaba mucho cocinar.  Pero en casa, también se ha cocinado y se ha comido bien siempre. Y de ahí me viene la afición y la pasión por la cocina. Y como curiosidad, creo que el único que se dedicó a la cocina en mi familia fue mi bisabuelo Pau, que tuvo una fonda en Sant Pere de Vilamajor. Y luego yo, pues como no se me daban bien los estudios, me apunté a una escuela de cocina y lo combiné con un trabajo en una bar de menús del Paral·lel de Barcelona, el Can Pineda. Allí empecé desde abajo, limpiando cazuelas y platos, y cuando estaba la pica vacía, me dejaban que trasteara algo en la cocina. Luego, más tarde ya me dejaron preparar los guisos, las habas a la catalana” el “fricandó”, los canelones, o lo que tocara hacer.

Entonces, para ti la cocina es…

Es un trabajo que me gusta muchísimo, porque creo que es interesantísima y muy creativa. Creo que es espectacular la alquimia que puedes llegar a hacer con algo como una cebolla, que es un ingrediente fuerte y picante, pero que cocinado con un tomate, que es ácido, surge un delicioso sofrito… Es espectacular poder combinar los productos y transformarlos en algo que después es tan delicioso.

Has pasado por grandes cocinas como la de Lasarte, la Hacienda Benazuza, Mas Pau, o elBulli. ¿Recuerdas el día que decidiste dar el paso, “independizarte”, y abrir Ca la Maria?

Con Mari siempre tuvimos claro que nos gustaría tener una masía en Girona, con huerto propio, animales, y que nos lo hiciéramos todo nosotros. Al principio no fue del todo así, pero ahora tampoco. Sí que tenemos un pequeño huerto, cuatro gallinas propias, pero la mayoría lo compramos a productores buenos, limpios y justos.

Martí y Maria son el Tandem perfecto para Ca la Maria
Martí y Maria son el Tandem perfecto para Ca la Maria

Y ¿por qué Llagostera?

Por casualidades de la vida. Al final de nuestra etapa en ElBulli, le dijimos a Ferran que a ver si salía la oportunidad de una masía, para establecernos… Pero no salía nada. Buscamos también algo pequeño en Cadaqués o Regencós, para hacer pescado… Pero nada. Y al final, cuando ya no buscábamos, un amigo común nos dijo que tenía unos familiares que tenían una masía cerca de Girona, que se la querían vender. Cuando llegamos, pensé que era muy grande. Se nos escapaba el presupuesto, porque no teníamos inversores. Pero María, se enamoró… Nos embarcamos y nos hipotecamos. Y a pedalear.

Ca La Maria sois tu y Maria. ¿Dónde llega uno y el otro?

Pues yo cocino y el resto lo hace Mari, prácticamente todo. Se encarga, además, de la sala y es cocinera dulce y hace los aperitivos de bienvenida, los postres y petit fours. Y además, si hace falta, me ayuda a emplatar y a cocinar. Sin la María, no existiría Ca la María. Somos un buen tandem.

¿Proximidad, creatividad, tradición, imaginación?

Nos gusta decir que hacemos cocina catalana moderna con producto ecológico, de temporada y de proximidad. Entendiendo el producto de temporada como aquel que es bueno, limpio y justo, con la compra directa al productor. Y, evidentemente, tiramos mucho de la cocina de la yaya, del chup chup, del rustido, de la cebolla, de la picada… Pero, como antes de abrir en Ca la María estuvimos trabajando durante 10 años en restaurantes de altura, tenemos técnica. Pero somos de los que pensamos que si tienes un buen producto no hace falta enmascararlo.

Han pasado ya 22 años desde que abristeis ¿Cómo ha evolucionado el restaurante y tu cocina?

Siempre nos ha gustado la cocina de temporada. De hecho, seguimos yendo cada jueves al mercado “de pagès” de Llagostera, a buscar lo que tengan en ese momento, porque es lo que está más bueno, mejor de precio. Y, ¿cómo hemos evolucionado? Pues al principio solo comprábamos la verdura de temporada, pero en 2009, cuando conocimos el movimiento Slow Food, procuramos darle una vuelta y revisar si cada productor al que le compramos lo hace bien, si es bueno y si respeta la tierra y a las personas.

Y, ¿cuándo y por qué das el paso para impulsar el movimiento Slow food en Girona?

La impulsora en Girona, en realidad, fue Lola Puig en 2008. Ella y cinco o seis cocineros de toda España pusieron el germen del movimiento Slow Food en el país. Al año siguiente, la Lola nos invitó a comer y nos explicó el tema y a partir de ahí, ya en 2009, entramos en la red de restaurantes Slow Food.

Martí y Maria tienen un pequeño huerto propio en el restaurante.
Martí y Maria tienen un pequeño huerto propio en el restaurante.

¿Qué significa para ti poder liderar este movimiento?

Liderar en sí, no lo hago solo. Somos 10 o 12 , los más veteranos en el movimiento y los más activos. Un grupo de cocineros que tenemos ganas de dedicarle horas y trabajo, porque somos un movimiento autogestionado, no recibimos subvenciones. Ciertamente, la Elisenda, de La Calma de Tagamanent, y yo somos los "cabezas visibles", pero no queremos quitar el mérito al resto de compañeros.

Cada año se suman más restaurantes, ¿moda o conciencia?

Como en todo. Habrá una parte de moda, pero también creo que la mayor parte es de conciencia. Los restaurantes Slow Food de Catalunya cumplimos con una certificación que es revisada y contrastada. Hacerlo por la pegatina de la puerta, no tiene mucho sentido y, además, es imposible: en un año o menos acaban saliendo, porque hay que cumplir unos requisitos, que se revisan constantemente. Lo importante del movimiento es querer estar y crecer. Por ejemplo, ahora tenemos un criterio de tener un mínimo de 8 platos Km 0 en la carta pero tenemos que llegar a que sea el 100% de la carta. Y le dedicamos mucho esfuerzo en buscar productores, en eliminar el uso de plásticos, en gestionar el personal de manera más justa… En Slow Food no hablamos solo de ingredientes, es un todo.

En el futuro, ¿será más o menos fácil poder ofrecer cocina sostenible, buena, saludable y justa?

Yo creo que cada vez hay más conciencia de lo que es una cocina saludable, cada vez hay más pequeños productores que están haciendo las cosas muy bien, están recuperando variedades antiguas, o no utilizan pesticidas ni químicos… y lo interesante del movimiento Slow Food, también, es crear red. Donde uno no llega, el otro le puede ayudar a conseguirlo. Nos vamos pasando contactos de productores, para ayudar.

En todo caso, puede ser algo controvertido el aumento de los restaurantes slow food si no aumentan también los productores ecológicos y sostenibles, ¿no crees?

Sí, pero lo interesante es que si hay más restaurantes Slow Food habrá más demanda y si hay más demanda, el productor podrá ganarse la vida y seguir apostando por este tipo de producción. La idea es esa: además de ser prescriptores de productos buenos, justos y limpios (ecológicos), los restaurantes Slow Food debemos crear también la demanda.

Un deseo de futuro, o tres…

Como Slow Food, mi deseo es seguir creciendo. Ahora mismo somos 54 restaurantes en Cataluña y habría que tender a que todos fueran Slow Food, y si no lo son todos, al menos, que haya más conciencia. También me gustaría que las escuelas de cocina se vayan sumando. Ahora tenemos solo dos, pero creo que esto es el futuro de la profesión. Si a los jóvenes se les abre la conciencia y les enseñamos a valorar qué es un producto bien hecho, tendremos mucho a ganar. Y en la profesión, en general, me gustaría que se dignificara la profesión de cocinero. Que haya más pasión en los nuevos que se incorporan. Que haya sueldos justos, horarios justos y que los clientes valoren el trabajo que hacemos.

El pasado mes de abril, la Escola d’Hoteleria Osona, ubicada en Tona, en el corazón de Catalunya, hizo historia. Se convirtió en uno de los dos primeros centros educativos que consiguen el sello Slow Food Catalunya, una distinción que reconoce el rigor que sigue este centro a la hora de promover y cocinar con aquello que es bueno, sano y justo. Sergi Dardé (Lleida, 1990) es uno de los impulsores y responsables de haber logrado este hito.

Formado la EHiT de Cambrils, Dardé tan solo lleva un par de años enseñando Cocina y Pastelería en la Escola d’Hoteleria Osona, pero han sido suficientes para potenciar en el centro y sus alumnos un germen que ya iba cultivándose desde hacía años. De hecho, en este centro educativo se forma a futuros cocineros y cocineras con sensibilidad slow food. Y muchos de ellos, posteriormente, mantendrán esa filosofía en sus restaurantes y establecimientos.

Entrar en el colectivo Slow Food Catalunya les permitirá, a partir de ahora, captar nuevos alumnos y conseguir, de esta forma, formar a más futuros profesionales con conciencia sostenible.

¿Qué ha supuesto para la escuela, para ti como profesor, recibir esta distinción y ser una de las dos primeras escuelas de cocina en recibir el sello Slow Food?

Es una distinción que buscábamos como escuela desde hace un tiempo. Para nosotros ha sido certificar el trabajo que ya hacíamos desde hace tiempo y mejorar algunas que no cumplíamos del todo, pero que tienen todo el sentido.

Ha sido una enorme satisfacción ver que hacemos las cosas bien y, ahora, los futuros profesionales ya conocen cómo trabajar más éticamente y de forma justa con los productos de la zona y sus productores.

¿Cómo ha sido el proceso para conseguir la distinción? ¿Qué pasos habéis seguido y qué premisas había que cumplir?

Primero, comenté el proyecto al equipo directivo, que era el que tenía que dar el visto bueno.

Una vez aprobado, expliqué en qué consistía ser un restaurante Slow Food (el verano de 2022 aún no estaba creado el Vademécum de Escuelas) y fue nuestro primer referente.

Durante el curso 22-23 empezamos a implementar y a formar a los 25 profesores que somos en la escuela de hostelería.

En verano del 23, conjuntamente con los coordinadores de Slow Food Catalunya desarrollamos el primer Vademécum (el actual de 2024) para Escuelas y durante este curso escolar seguimos las premisas del Vademécum. Una vez certificamos todo lo que sé pedía, conseguimos la acreditación.

¿Es más fácil ser Slow Food en Tona que en un Girona o en un Barcelona, por ejemplo?

Creo que el Vademécum es muy claro en lo que hay que cumplir para optar a certificar cualquier escuela dentro del colectivo slow food. Si hay algún inconveniente seguro que se puede pactar o buscar una solución pedagógica con los coordinadores de Slow Food. Así que la ubicación no debería ser un impedimento.

Escola Hostaleria Osona
Un alumno de la Escola d’Hostaleria d’Osona en el huerto de la escuela.

¿Qué crees que supondrá para la escuela haberlo conseguido por primera vez, junto con la del Pallars?

Realmente, la escuela buscaba la acreditación para reafirmarse en el trabajo bien hecho y en la forma de enseñar, sin pensar en la repercusión que ha llegado a tener.

Pensando en el futuro, creo que las dos escuelas seremos referentes en este tema y habrá jóvenes que querrán aprender de primera mano la filosofía Slow Food.

En Osona, por ejemplo, tenemos contacto con la escuela parisina de Lycée VAL de Bièvre, que aún no se han certificado dentro de Slow Food, pero les interesa mucho nuestra forma de trabajar. Ellos trabajan con huella de carbono 0 y hacemos intercambio de alumnos en las escuelas y en empresas. Es una forma más de aprender, enseñar y demostrar cómo trabajar.

¿Qué les cuesta más a los alumnos poner en práctica de las premisas Slow Food?

Entender que hay fruta y verdura de temporada. En invierno no hay tomates, pimientos o berenjenas, y en verano no hay coles o setas. Aparte, que no es lo mismo el clima de costa, al del centro o de montaña, esto hace variar la temporada de cada producto. Otra cosa que les cuesta es que el salmón está prohibido y que hay que utilizar trucha o cualquier otro pescado de costas y lonja cercanas.

También que vean distintas piezas de carne de caza como jabalí, corzo, pichón… como muy versátiles en la cocina.

¿En qué os sentís más cómodos del Vademécum Slow Food?

En fomentar la cultura gastronómica de la zona y recuperar algunas variedades autóctonas en nuestro huerto pedagógico.

Alumnos Escola Hostaleria Osona
Alumnos de la Escola Hostaleria Osona con verduras ecológicas.

¿Crees que el alumnado saldrá convencido y seguirá practicando este tipo de cocina en su futuro?

Creemos que todos no, pero por alguna parte hay que empezar. Aquí es donde nosotros, las escuelas, tenemos que pensar cómo preparar las clases para que interioricen las bases y filosofía Slow Food. Estamos empezando a plantar una semilla y esperamos ver el fruto pronto, y ver en qué se convierten.

¿Crees que es factible ser Slow Food en todo tipo de restaurante?

Sí, sin lugar a duda. Dentro de Slow Food Catalunya hay una gran variedad de restaurantes. Por ejemplo, en Cervera está L’Antic Forn donde hace cocina tradicional japonesa con productos de proximidad, trabajando con productores locales, ecológicos y adaptando platos típicos catalanes a la cocina japonesa. Todo es cuestión de reflexionar, ver qué hay de temporada y adaptarte a eso.

¿Qué se puede hacer para ser más sostenibles y más slow food en todos los restaurantes?

Concienciarse de que los pequeños actos cotidianos que hacemos todos los días suman. Desde comprar a un productor local, productos importados de comercio justo (azúcar, café, cacao…), teniendo en cuenta las personas del equipo y sus necesidades, pasando por usar detergentes y jabones con bases enzimáticos, controlar el consumo de agua, usar energías renovables, reciclar y separar bien…

Hablemos del perfil de la escuela. ¿Qué tipo de alumnado llega y qué os hace diferente del resto de escuelas de cocina?

Nos llegan alumnos de toda clase: alumnos que están muy motivados para la cocina, alumnos que están aquí para hacer algo, alumnos con necesidades especiales… Pero adaptamos los aprendizajes a cada caso, individualmente; pero fomentando el aprendizaje entre iguales, que sean empáticos y comprendan las necesidades y deficiencias de sus compañeros. También el montón de proyectos que proponemos desde crear nuestra cerveza, licores, fermentados, embutidos, quesos, caterings fuera de la escuela con nuestra food truck para que vean otros tipos de negocios, concursos internos y externos…

Nombra tres motivos por los que vale la pena apuntarse a la vuestra escuela y no a otra de las grandes de las grandes ciudades.

Una de las características diferenciadoras es el entorno. Un entorno muy natural, rodeado por pequeños bosques, donde hay mucha calma y un ambiente privilegiado. Aparte de conocer de verdad a muchas empresas de la zona que nos ayudan y apoyan en la formación de futuros profesionales del sector de la restauración y la pastelería.

Y ahora que habéis conseguido este hito, ¿el futuro cómo lo ves?

El futuro es seguir siendo más radicales y seguir trabajando para mejorar, intentando enseñarlo todo sin renunciar a nada. Implicar a otros centros de distintas disciplinas para hacer proyectos conjuntos, fomentando la economía circular y de proximidad.

En la pasada entrega de las estrellas de la Guía Roja, fue uno de los grandes protagonistas, al lograr un doblete: mantener la estrella de Les Magnòlies (Arbúcies) y estrenarla para Quirat (Barcelona). Víctor Torres (Barcelona, 1993) es uno de los miembros destacados de la nueva generación de chefs jóvenes que mantienen bien alto el listón gastronómico del país.

Formado “académicamente” en la Escuela Hofmann (Barcelona), pero laboral y “pasionalmente” con Luis Andoni Aduriz, Torres tiene claro que para mirar al futuro hay que mirar al pasado, a la cocina tradicional, y mirar también alrededor, y nutrirse de los productos de la tierra más cercana. Una forma de concebir la cocina aprendida en Mugaritz, pero también en Michel Bras o Fäviken, tres emplazamientos muy diferentes de los que asegura haber aprendido mucho.

Efectivamente, a sus 30 años, Víctor Torres demuestra haber aprendido realmente bien de los grandes. Y ahora él, como maestro, lidera a la perfección tanto el restaurante gerundense como el restaurante ubicado en el InterContinental Barcelona.

Víctor, cuéntanos cómo y por qué entras en el mundo de la cocina profesional.

Como muchos otros cocineros, entré por descarte. No me gustaba mucho estudiar y justamente, el marido de mi madre es cocinero. Y probé. Fue por probar, al azar, pero entré en este mundo y me gustó.

Formado con algunos de los grandes, ¿quién te ha marcado más que nadie?

Pues creo que Luis Andoni Aduriz, de Mugaritz, que fue la primera “gran casa” a la que fui. Andoni ha sido la persona que más me ha influido en mi carrera. Llegué allí prácticamente “virgen”, con solo 19 años, y allí me cambió la mentalidad por completo. Yo no sabía hasta qué punto me gustaba este mundo de la cocina hasta que llegué allí. Fue llegar a Mugaritz y empezar a empaparme de su filosofía, de su manera de pensar, de tratar el producto… Y eso me marcó.

En Arbúcies te hiciste un nombre liderando las cocinas de Les Magnòlies. Trabajo que combinas con la dirección de Quirat, un restaurante de hotel. ¿Qué ha supuesto para ti este reto?

Para mí, aceptar el trabajo en Quirat, además de Les Magnòlies, era con un claro objetivo: volver a Barcelona. Porque yo soy de aquí, soy del barrio de Horta y siempre he querido volver a mi ciudad. Y, de hecho, en Barcelona había trabajado muy poquito, solo tres meses en Caelis. Era una espinita que tenía clavada y este proyecto me ha dado la oportunidad. Y ahora, poderlo hacer compaginando mi trabajo en Les Magnòlies se puede hacer únicamente de una manera: rodeándome de grandes profesionales y compañeros.

Decías en una entrevista que “La cocina de hotel todavía despierta ciertas reticencias en algunos comensales y aunque esto está cambiando, queda camino por recorrer”. ¿Qué opinas ahora, tras más de un año al frente de Quirat?

Pues es cierto que esto de ir a comer al hotel sigue siendo algo especial, pero es un tema cultural. Aquí no ha sido nunca algo habitual, no hemos tenido la cultura de ir a un hotel a comer. En cambio, si te vas a Francia es lo más habitual del mundo. Por suerte, poco a poco, este concepto va cambiando aquí y cada vez somos más los restaurantes gastronómicos dentro de un hotel, como Amar, Lasarte, Caelis…

¿Qué relación guardas con la dirección del InterContinental Barcelona? Es decir, ¿qué deciden ellos sobre tu cocina? ¿Tienes total independencia?

Con la dirección del hotel la verdad es que guardo una muy buena relación. Nos reunimos mucho y siempre remamos en la misma dirección. Tenemos muy clara qué línea tenemos que tener en el restaurante. Así que la verdad es que estoy muy contento.

¿Qué ventajas tiene cocinar dentro de un gran hotel de lujo como este?

Ventajas, pues la verdad es que no sabría decir, porque mi metodología siempre es la misma. Pero es cierto que estar dentro de un hotel te puede marcar un poco el perfil del cliente, que es una clase más alta, en nuestro caso.

Víctor Torres y su jefe de cocina de Quirat, Xavier Busquets
Víctor Torres y su jefe de cocina de Quirat, Xavier Busquets

¿Cómo te divides entre los dos proyectos? ¿Cuál es el secreto para no “abandonar” ninguno de ellos?

En Magnòlies estoy al 100%, también porque es más pequeñito y además, con la dificultad que es ahora encontrar personal, tengo que dedicarme más a él. Y en Quirat tengo la suerte de contar con Xavi, mi jefe de cocina de Quirat, que es quien lleva mi timón. Tengo total confianza y si no fuese por él es proyecto no podría tirar adelante. Cuando uno quiere crecer, y acepta más proyectos, o te rodeas de gente válida y crees en ellos, o no funciona.

¿Cómo son las propuestas gastronómicas de cada restaurante? ¿Qué puntos en común y qué grandes diferencias hay entre ellas?

En Les Magnòlies hacemos una cocina 100% de territorio, con producto de Arbúcies y de la comarca de La Selva. Es cocina catalana. Y en Quirat lo que intentamos es ofrecer una propuesta más minimalista, con mucho guiño a la cocina tradicional catalana, recreando platos clásicos de cocina popular, como el mar y la montaña. Intentamos mostrar al comensal lo que es nuestra cultura gastronómica y enseñar al cliente de fuera lo que es nuestro.

El comensal de Quirat ¿es muy diferente al de Les Magnòlies?

Sí, totalmente diferente. En Les Magnòlies el 90% del comensal es de Barcelona y de la Plana de Vic, y en Quirat hay mucho extranjero, aunque cada vez más gente de Barcelona.

El cliente, en general, ¿crees que es más o menos exigente que antes?

Creo que la gente se ha vuelto mucho más exigente a raíz de la pandemia. La gente tiende a juzgar más, a criticar… tanto bueno como malo. Y parece que todo el mundo sabe de todo…

Este pasado año, renovaste estrella Michelín en Les Magnòlies y estrenaste la de Quirat, convirtiéndote en el chef más joven en conseguir la distinción ¿Qué supone para ti esta distinción? ¿Es más un peso que una ventaja?

Pues muchísima alegría. Ver al Víctor de 18 años cuando empezó en la Escuela Hofmann y al Víctor de hoy, con las dos estrellas… pues no puede ser más ilusionante. Pero el día a día es el mismo, trabajar muchas horas, con rigor, humildad… pero al final estamos trabajando en lo que nos gusta.

Después de lograrlo, de la primera estrella ¿qué retos te marcas para el futuro?

No tengo grandes retos de futuro. Quiero disfrutar del día a día, de la estrella conseguida, hacer equipo, consolidar el proyecto de Quirat en Barcelona, que solo lleva 2 años en la ciudad y es un lugar con mucha competencia.

Fue uno de los jóvenes chefs catalanes más rompedores, y uno de los primeros en conseguir una estrella Michelin para su restaurante familiar. Quim Casellas (Palafrugell, 1975) siempre se ha mantenido fiel a la filosofía Slow Food y lleva el lema del movimiento -la búsqueda y práctica en la cocina de lo “bueno, limpio y justo”- hasta el extremo. Y lo hace en Casamar Restaurant & Hotel, conocido por tener una de las mejores vistas de la Costa Brava, no en vano, es un establecimiento situado en una zona elevada de la bahía de Llafranc (Girona), lo que hace que la fama no sea infundada. Unas vistas, sin embargo, que no desvían la atención del comensal a cada uno de los platos que firma el chef.

Su cocina es, sin duda, una cocina con personalidad, en la que los productos del Empordà son los grandes protagonistas. Mientras que se tiende a la simplicidad y a platos con pocos ingredientes, Casellas ha vuelto a la tradición, a las bases, en las que se ensalza las recetas con texturas, con fondos. Eso sí, la cuidadosa elección de cada producto y esa inmersión en la temporalidad y en el territorio, tanto como la sutileza de cada ejecución, brillan por doquier.

Casellas, siempre con su sonrisa y su vitalidad desbordante, también es un chef generoso. Una generosidad que muestra en forma de clases y showcookings, como  GastroPirineus 2024, en donde pudimos charlar con él. Pero también comparte sus conocimientos en forma de videorecetas o incluso programas de televisión y libros, en donde no esconde su pasión por la cocina, por el Empordà y por los productos que su tierra “le regala”.

Quim, sabemos que lo tuyo viene de familia, pero ¿recuerdas el momento en el que decidiste seguir la estela familiar y dedicarte a la cocina profesional?

Ya de pequeño ayudaba en las tareas sencillas del hotel… Recargar neveras, subir maletas y me gané incluso alguna pesetilla limpiando los coches de los clientes… Pero fue con 16 años,  en el momento que los estudios no me iban muy bien, cuando mi padre me hizo un hueco en la cocina. Ahí, poco a poco, me fui enganchando a este mundo mágico, primero con una cocina sencilla de pensión del hotel y poco a poco fuimos transformando esta oferta hasta el día de hoy.

La formación es clave para un chef, ¿Qué recuerdas de tu formación? ¿Qué te marcó o quién?

Tengo tantos recuerdos bonitos de mis inicios. Mi formación ha sido sobre todo en restaurantes donde he aprendido de los grandes. Primero, con mi padre aprendí los valores y las bases de la cocina, y los meses que cerrábamos Casamar aprovechaba para hacer de stagier en restaurantes de chefs como Joan Piqué, Joan Roca, Arzak, Jean Luc Figueras, Fermí Puig…. Y seguro que me dejo alguno. Con ellos aprendí el rigor, la creatividad, el respeto, el esfuerzo y, sobre todo, a no tirar la toalla. En todos estos restaurantes hice un montón de amigos con los que compartimos pasión y también algún madrugón.

Casamar
Las vistas de Casamar son famosas.

Llafranc, el Empordà, es tu tierra y el leitmotiv de tu cocina. ¿Te imaginas cocinando de otra manera?

Estoy enamorado de Llafranc y del Empordà y me cuesta imaginarme cocinar de otra manera. Adoro la belleza de mi tierra y el producto que tenemos. Es mágico tener en tan pocos kilómetros cuadrados tanta riqueza gastronómica. El arroz de Pals, las gambas de Palamós, vinos riquísimos, buenas carnes y mucha cultura gastronómica.

Llevas varios años liderando Casamar. ¿Qué balance haces y en qué momento se encuentra ahora el restaurante?

Casamar es un proyecto familiar que empieza ya con mis abuelos. Y ahora María (mi hermana) y yo estamos al frente, junto con todo este equipo maravilloso que tenemos. El balance que hago es muy positivo y esto se debe, en parte, a la situación del restaurante: Llafranc que es una cala idílica dentro del Empordà. La parte gastronómica está muy cuidada y nos esforzamos para mejorar la oferta año tras año. Y el hecho que tengamos habitaciones crea un movimiento de clientes que nuestro restaurante se beneficia. El restaurante se encuentra en uno de sus mejores momentos, que yo recuerde. El esfuerzo de todo el equipo, las inversiones que se han hecho en los últimos años, el compromiso con la oferta gastronómica y el equipo humano que tiene Casamar hace que nuestro cliente venga y vuelva.

¿El restaurante “bebe” mucho del hotel o viceversa, el hotel “se llena” por el comensal que busca y quiere comer en Casamar?

Primero, fuimos hotel y luego, poco a poco, fuimos creando una oferta gastronómica para nuestros clientes. Pero es verdad que el hecho de que el restaurante tenga hotel hace que mucha gente que venga se quede a dormir y disfruta al completo de la experiencia. En definitiva, sería un Win-Win en toda regla.

Un "mar y montaña" muy especial, de Quim Casellas.
Un "mar y montaña" muy especial, de Quim Casellas.

Tu máxima es “Mi pasión, la cocina, mi obsesión, la calidad” ¿Es más fácil o más difícil ahora buscar y ofrecer la máxima calidad?

A mí me encanta buscar nuevos ingredientes y esto me lleva a conocer a gente muy vinculada con el territorio (productores). Cuando creamos los menús primero buscamos un producto que nos motive, de proximidad, si puede ser ecológico, que tenga algún vínculo con el recetario clásico y a partir de ahí empezamos a tejer para crear el plato.

Proyectos como Girona Excel·lent o Slow Food Catalunya, al que pertenezco, también ayudan mucho a encontrar estos productos con este compromiso que buscamos.

¿Con qué receta o plato te sientes más identificado?

Un clásico del Casamar que nos acompaña desde hace tiempo es el canelón tibio de cigalas y queso artesano.

¿Cuál es la creación de la que te sientes más orgulloso?

Personalmente, mi familia es lo mejor que tengo y lo que me mantiene con los pies en la tierra. Profesionalmente, me siento orgulloso de liderar, junto con mi hermana, un proyecto familiar de tercera generación.

¿Qué ingrediente nunca entraría en tu cocina?

El cocodrilo.

Ofrecer la máxima calidad en cocina marinera, ¿es compatible con la sostenibilidad?

En el mundo marino hay mucho por descubrir y he tenido la suerte estos últimos años de estar muy vinculado a él. Se está trabajando duro para garantizar la continuidad de todas las especies marinas. Hace poco, junto con mis compañeros de Slow Food, la cofradía de Palamós y el Galp, publicamos un estudio donde se hace una radiografía del litoral y qué especies hay que trabajar en cada momento. Todo este esfuerzo hace que la calidad y la sostenibilidad sea compatible.

Eres uno de los grandes exponentes, de hecho, de la cocina marinera. ¿Cómo se trata el pescado en la alta cocina y en la restauración en general?

En la alta cocina, el pescado tiene un papel muy importante, pero seguimos trabajando con las especies más conocidas (rodaballo, lubina, merluza) y sería importante para la economía azul que los restaurantes empezaran a trabajar especies no tan conocidas, para equilibrar precios y el trabajo de los pescadores fuese más justo.

Como comentaba antes, nosotros, junto con el Galp, la Cofradía de Palamós, Slow Food y la Cuina de l’Empordanet hemos hecho muchos proyectos para fomentar el consumo de pescado ya sea en forma de talleres para padres como para comedores escolares. Es muy importante este trabajo y los restaurantes son un buen aparador para dar a conocer la riqueza del mundo marino.

El chef Quim Casellas cocinando
El chef Quim Casellas cocinando en GastroPirineus 2024, en Vallter 2000.

De hecho, lideraste el programa “La Mar de Bé” una iniciativa para reivindicar el oficio y el producto. ¿Crees que se cumplió con el objetivo?

La Mar de Bé fue uno de los proyectos más bonitos en los que he colaborado. Y creo que cumplió de sobras el objetivo, ya que sirvió para que más de un millón de personas pusieran cara a los pescadores. Un colectivo muy discreto y que hay que valorar más. En el programa se vio cómo viven, cómo pescan, cómo piensan y, también, un trabajo vinculado al mar para protegerlo.

¿Habrá nuevas temporadas?

A mí personalmente me encantaría, ya que fue una experiencia muy positiva, pero no depende de mí….

Entonces, como planes de futuro…

El futuro pinta muy bien. Seguimos con muchos proyectos vinculados con el mar y con la gastronomía en general en forma de showcookings, talleres para los más pequeños y no tan pequeños. Proyectos también de la mano de viticultores en forma de cenas maridadas.

Y por lo que respecta a Casamar, estamos con el proyecto de reforma de las habitaciones, un proyecto de reforma integral y sostenible donde habrá sorpresas.

El pasado 29 de abril se entregaron los distintivos que acreditan a los restaurantes Slow Food Catalunya, un acto que se celebra cada año y en el que los establecimientos renuevan o estrenan este reconocimiento. Este año, el encuentro, sin embargo, fue diferente al resto. Porque en esta ocasión, y por primera vez en la historia del colectivo, dos escuelas de cocina recibían el título que les acredita como fieles al movimiento que apuesta por aquello que es bueno, limpio y justo.

En este evento, celebrado en Sant Sadurní d’Anoia y apadrinado por Carme Ruscalleda, Miquel Madrigal recogía muy emocionado el distintivo Slow Food-Km 0 para la Escola d’Hostaleria del Pallars, de l’Institut Hug Roger III de Sort (Lleida). 

Miquel es el jefe del ciclo de Hostelería y Turismo de este centro educativo y el coordinador de todo el proyecto por el que el centro ha logrado entrar en este colectivo. El ciclo, que se inició en el curso 2019-20, lleva desde sus inicios, apostando por la sostenibilidad, por el cultivo propio de verduras y hortalizas, por la compra de proximidad, por los alimentos ecológicos. De hecho, el instituto de Sort ofrece dos ciclos de grado medio en tres años, Cocina y Servicios en Restauración, que preparan profesionalmente el alumnado para cubrir cualquier de las muchas ofertas de trabajo del Pirineo.

Pero la distinción Slow Food ha sido doble, ya que también la ha recibido el restaurante pedagógico del centro educativo, que también coordina Miquel.

Miquel, el día 29 recibisteis el distintivo Slow Food Catalunya, marcando un hito en la historia del colectivo, al ser una de las dos primeras escuelas de cocina en conseguirlo ¿Qué supone haber recibido esta distinción?

Supone el reconocimiento a todo el trabajo hecho hasta ahora en la escuela y con los alumnos que han pasado por ella, y un reconocimiento a los valores que queremos transmitir, precisamente, a estos alumnos de la escuela del Pallars.

Escuela de Cocina del Pallars, Slow Food
Madrigal en una de las clases prácticas de cocina, en la Escola d’Hoteleria del Pallars

⁠¿Ha sido muy complicado conseguirla? Es decir, conseguir todos los requisitos que se piden para poder formar parte del colectivo Slow Food Catalunya.

No, no ha sido nada complicado porque antes de recibir o de pensar en entrar en el colectivo Slow food ya trabajábamos con esta filosofía. Supongo que es algo que nos permite hacerlo de forma natural al estar en el territorio donde estamos. Por tanto, ha sido realmente muy fácil.

¿Qué supondrá este reconocimiento para el futuro?

Como decía, es un reconocimiento a las cosas bien hechas y espero que en el futuro nos marque una diferenciación al resto de las escuelas. Somos una escuela de cocina en la montaña, muy pequeña, con un trato personal, y tenemos y apostamos por unos valores que no se enseñan en otras escuelas.

Estudiantes Escola d'Hoteleria del Pallars recogiendo distintivo Slow Food
Estudiantes Escola d’Hoteleria del Pallars recogiendo distintivo Slow Food Catalunya.

¿En qué apartado de la filosofía “slow food” os encontráis más cómodos?

Nos encontramos a gusto en los tres grandes apartados del movimiento Slow Food: limpio, bueno, justo. Somos una escuela limpia, una escuela justa y una escuela buena. Buscamos alimentos limpios, ecológicos, justos con el trabajador, con el medio ambiente, y productos, sobre todo, buenos, que nos los dan el territorio donde estamos y la gente que trabaja en él.

Realmente, los jóvenes que suben… ¿Pensáis que serán más conscientes de la sostenibilidad, del producto local, lo que es bueno, limpio y justo, es decir, “slow food”?

¿Si los jóvenes serán más o menos slow food? Realmente, nos da igual. Nosotros lo que queremos es educar y transmitir al alumnado y a la gente que nos sigue, incluso en las redes sociales, hay que cambiar el mundo en el que estamos, tenemos que comer más de calidad y de proximidad, y luchar contra las grandes compañías que no nos llevan a ninguna parte.

Estáis ubicados en una de las comarcas más alejadas de la capital catalana. ⁠Vuestra ubicación, ¿os ha hecho conseguir la distinción de forma más fácil, que si estuvierais en una Barcelona, por ejemplo?

Sí, sí. Como lo decía antes, el territorio nos marca. Y ha sido mucho más fácil conseguir la distinción estando en el Pallars que si hubiéramos estado en Barcelona, en Lleida o en otra gran ciudad.

Y, a partir de ahora, qué… ¿Cuáles serán los siguientes pasos?

Pues queremos apostar fuerte por la concienciación hacia el despilfarro alimentario. Ya lo estamos aplicando en la escuela, en forma de compost, en nuestro huerto, en conservas… En el día a día, el futuro, no sé dónde nos llevará. Seguir trabajando en lo que creemos y en concienciar al alumnado, especialmente, como digo, en el tema del derroche alimentario. Hay que luchar contra él.

Sentarse en las mesas de la Fonda Xesc es sentir el peso de la piedra y de la historia. Este restaurante de alta cocina catalana está ubicado en una masía del 1730, en el pequeño municipio de Gombrèn, en el corazón de la comarca gerundense del Ripollés. Un lugar que no solo invita a conocer mitos y leyendas (como la del vampírico conde Arnau), sino a descubrir la cocina de montaña, sencilla y aromática que ofrece el chef Francesc Rovira, discípulo directo de Santi Santamaría.

Distinguido con una estrella Michelin (desde 2009) y un sol Repsol, la Fonda Xesc es un templo de la buena cocina con toques de autor. Sin perder su esencia de fonda de toda la vida, el establecimiento brilla especialmente por la batuta culinaria de Rovira. Su secreto, aferrarse a sus raíces y ofrecer una cocina sin pretensiones y con pocos ingredientes por plato, eso sí, productos de su entorno que aportan sabor, textura y carácter. Una cocina sin aditivos y que habla de territorio, como la oveja ripollesa que cocinó en la pasada edición de GastroPirineus 2024.

Rovira, quien recuerda que se hizo cocinero para ayudar en casa -su madre adquirió la fonda hace 50 años-, es un referente de la cocina de montaña, la de “parada y fonda”. Y es que, la fonda Xesc mantiene su esencia también como establecimiento hotelero. Una casa donde descansar y comer.

Francesc, explícanos cómo acabáis adquiriendo el edificio que ocupa la Fonda Xesc, que data de finales del siglo XVIII y que está “perdido” en un municipio del Pirineo de solo 200 habitantes.

La Fonda Xesc fue adquirida por mis padres en el año 1975. Somo “hijos” de una casa de payés de la zona, en un pueblo a 1.500 m de altitud. Gombrèn está a 900 m. Mi padre, concretamente, se enteró de que la fonda iban a traspasarla porque los anteriores dueños no tenían descendencia y la adquirió.

Pero además la Fonda Xesc es, como bien dice su nombre, “una fonda”, donde descansar y comer. ¿El cliente del restaurante es el huésped o viceversa?

Sí, hemos seguido con la misma esencia. La fonda es un lugar donde parar para comer y, si era necesario, para descansar y dormir. Y la Fonda Xesc es esto, una fonda en toda regla. Actualmente, a veces digo eso, que es un restaurante con habitaciones, donde se permite, si quieres, quedarte a dormir después de comer o cenar. La verdad es que es un valor añadido al restaurante. Así que lo que tenemos es cliente de restaurante para habitación, pero no tenemos clientes de habitación que no vengan al restaurante. De hecho, “no vendemos” la habitación sin restaurante. En La Fonda Xesc vendemos el restaurante con habitación.

Francesc, toda una vida dedicada a la cocina de montaña. Una cocina, además, con estrella Michelin desde 2009. ¿Es más complicado gustar a la Guía Roja en un restaurante como la Fonda Xesc?

Bueno, yo llevo toda la vida en la cocina. Empecé porque en casa era lo que había, y para ayudar. Antes nadie quería estar en la cocina y yo estaba a gusto allí, cocinando. Me puse para ayudar a mi madre, pero me fue gustando, me enganchó mucho la cocina. Y ahora, cada vez me gusta más cocinar. Para mí cocinar es desconectar de todo. Y sí, con el tiempo nos fuimos haciendo nombre y desde 2009 conseguimos la estrella. No sé si es complicado. Pero realmente creo que la tenemos por la trayectoria y por donde estamos. A lo mejor la Fonda Xesc en una gran urbe no tendría estrella, porque se valora diferente. Y además, hay otro tema, y es que a la Guía Michelin le conviene tener este tipo de restaurantes en su guía.

Cocinando la oveja del Ripollès, en GastroPirineus 2024.

¿Cuál es el secreto de seguir en lo alto de la cocina, pero alejado del foco que representan las grandes urbes?

El secreto es ser uno mismo y hacer lo que a uno le gusta y cómo le gusta y alejarse un poco de toda esta globalización que nos rodea. Intentar ser tú mismo, trabajar con los productos que te gustan y cuidar de los pequeños detalles. No somos mediáticos, y no van a venir grandes cantidades de clientes, pero los que vienen están encantados porque encuentran algo diferente.

La tuya es una cocina de territorio, de producto, de temporada. En los tiempos que corren, ¿es más fácil o más difícil trabajar con el mejor producto autóctono de temporada?

Nosotros intentamos seguir la temporalidad de los productos, que es básico y es de sentido común. Y no creo que sea más difícil trabajar con productos de temporada ahora. De hecho, Hay bastante sensibilidad con todo lo que es producto de proximidad, pero no me gusta hablar de Km0, porque no me gusta la palabra. Prefiero hablar de producto de territorio. Hoy en día, sí, es bastante fácil conseguirlo, pero tienes que vigilar, porque no todo lo de proximidad tiene por qué ser bueno.

¿Ha cambiado mucho el comensal de ahora respecto al de hace 20-30 años? ¿Cómo?

Sí, ha cambiado bastante el comensal. Hoy el comensal viene “muy viajado”. Ha ido a muchos restaurantes, tiene más conocimientos. Y ahora, se va al restaurante como acto social, más que para comer y alimentarse. Ahora se valora mucho más la experiencia.

Francesc Rovira Fonda Xesc
Francesc Rovira durante su showcooking de GastroPirineus 2024.

Y tu propuesta gastronómica, ¿cómo ha evolucionado?

Ha evolucionado mucho. A veces, ni me doy cuenta. Me cuesta ver la evolución, pero me pongo a pensar y no tiene nada que ver con lo que cocinaba hace 10 o 5 años. Ahora nos interesan más las cosas más limpias, más nítidas, más claras y eso se refleja en los platos. La cocina ha de ser una cocina más fresca, más sencilla.

En una entrevista reciente comentaba que “la cocina debe ser fácil” ¿Cómo definirías tu cocina?

Es difícil definirla, pero diría que es una cocina que tiene que ser limpia, clara, nítida, entendible, fresca, que entre por la vista y que después te acabe de convencer por el sabor. Una cocina de producto. Que aparentemente sea minimalista, pero que detrás haya un trabajo. Una cocina fácil para el que la hace y para el que la come.

Dices que tu cocina está influenciada por la de tu madre y la de Santi Santamaría. ¿Cuál fue el mejor consejo que recibiste de ellos?

De mi madre aprendí los platos más clásicos de montaña. Y es importante, porque cuando conoces el origen tienes un punto de partida, una gran base. Muchos platos que hago han evolucionado de aquella cocina. Y Santi Santamaría a mí me impactó más su manera de pensar, de cómo trabajar en una cocina de restaurante. Me marcó profesionalmente. Me enseñó a cuidar mucho al productor local. Porque Santi hacía una cocina de proximidad terrible ya por aquella época y eso me marcó. Hoy, todavía, mi mente se va a todo lo que él me enseñó.

Si tuvieras que elegir un plato de su recetario sería.

Sería cualquier plato de temporada. Es que no tengo un plato solo, porque a cualquier receta puedo darle muchas variaciones y matices diferentes con lo que tengo a mano. Si miro lo que la gente comenta, hay unas manitas de cerdo con sobrasada y cigala que gustan mucho. Pero no tengo un plato en especial.

Un ingrediente fetiche y uno prohibido en tu cocina.

Mis ingredientes “fetiche” son los que tengo a mano, sobre todo, las setas, que me dan mucha energía cocinarlas. Pero también las hierbas aromáticas, las verduras. Y prohibido… los aditivos. ¡Qué mal me sabe cuando voy a un restaurante y me encuentro un plato lleno de aditivos!

¿Cómo te ves en 10 años (profesionalmente)?

Pues no lo sé, pero si estoy con fuerza y energía me veo cocinando mucho mejor que ahora, eso seguro.