Camarera

Hablar de hostelería es hablar de experiencias gastronómicas que atraen a los clientes. Sin embargo, desde mi punto de vista como camarera (#SoyCamarera), la hostelería es una forma de vida, y yo hago de ella mi forma de vivir, sí, tal cual, pero para llegar a esta filosofía de vida, es necesario entender que nuestro sector, a pesar de que a veces ha sido menospreciado, es muy importante en la economía española. Asimismo, a nivel social, exceptuando un mínimo porcentaje, nadie discute que el ser humano es social por naturaleza. En el bienestar social y la vida plena de las personas, el ocio juega un papel fundamental.

La hostelería tiene, por tanto, una gran responsabilidad en nuestra sociedad, debiendo ofrecer la mejor de las experiencias, una experiencia óptima, plena, que nos haga recordar y repetir, no es una simple cuestión de comida, sino que nosotros, los camareros/as, debemos dar la mayor calidad en el servicio que brindamos. Es aquí donde viene el intríngulis de la cuestión: para concebir la hostelería como una forma de vida es necesario tomarnos en serio nuestra profesión, somos mucho más que un oficio.

A lo largo de mis 20 años como camarera, que se dice pronto, aprendí a no dejar que los sacrificios de la profesión o las arduas horas de trabajo controlaran mi estado de ánimo. Comprendí que podía mejorar el servicio y atención al cliente con vivencias reales con las que pudiéramos identificarnos y así desarrollar habilidades para que esa experiencia gastronómica no solo fuera para disfrute del cliente, sino también de los profesionales que las hacemos posibles, los camareros/as.

También aprendí (sigo aprendiendo y nunca dejaré de hacerlo) que podía ayudar a otros/as compañeros/as de profesión, no solo con mi experiencia, sino también con mi formación. Para mantenernos a flote en nuestro sector es necesario estar actualizados, formados y entender que somos personas que ofrecemos experiencias, generamos felicidad. No hablo solo de comida, que también, hablo de nuestro servicio, del trato personal.

Nuestros clientes necesitan hablar, saber que le estamos ofreciendo, pues depositan su confianza en nosotros cuando nos piden recomendaciones, consejos y sugerencias en la comida y bebida. Debemos ser conscientes de ello y reforzar nuestros conocimientos. Es fundamental desarrollar nuestras habilidades para tener una mayor capacidad de resolver problemas y aumentar la creatividad. Marcar la diferencia entre un oficio o una profesión está vinculado a tener una preparación especializada.

La idea de que “cualquiera puede ser camarero/a” es totalmente errónea y solo conduce a la frustración de clientes y trabajadores. Ser una buena camarera es ser una profesional y… ¡es realmente apasionante! Solo si conseguimos entender y comprender todo esto, la hostelería se convierte en nuestra forma de vida.

SÍ, una forma de vida satisfactoria, en la que ser camarero/a es felicidad en el trabajo, no solo por la compensación económica recibida, sino la felicidad y satisfacción que nos da aportar valor a la experiencia con nuestras aptitudes, encajar en el equipo, tratar de forma cercana y directa con el cliente, conocer sus gustos… Una relación multifacética con el bienestar y el disfrute que es todo un reto que requiere constancia y esfuerzo. Quien se plantee trabajar en la hostelería como un problema, difícilmente tendrá futuro en la profesión y, lo peor, de tenerlo, no será feliz. Todos conocemos camareros/as (si se les puede llamar así) que llevan “toda la vida” trabajando en el sector y que son incapaces de reformular la profesión en términos diferentes.

Como formadora escucho frases como: “llevo 30 años en la hostelería, ¿me vas a venir a enseñar a servir un café?” ¡pues sí! Todos podemos y debemos aprender. Solo aprendiendo y reconvirtiendo ese trabajo de “toda la vida” en una fortaleza en forma experiencia añadida cambiará su actitud, lo digo por experiencia. Ser camarero/a hoy en día es un desafío que requiere un plan de acción. Todos evolucionamos, nos transformamos, el servicio ha cambiado y si queremos mantenernos a flote en este sector tan competitivo tenemos que estar a la orden del día, incluso en algo tan simple como coger el teléfono y gestionar una reserva.

Ser camarero/a no es simplemente observar. Es fuerza, autoconfianza en nuestras habilidades para controlar y solventar cualquier situación en nuestro lugar de trabajo, es aprender de los demás, es trabajar en equipo e ir de la mano con cocina, buscar oportunidades de descubrimiento personal, es, en definitiva, hacer de la hostelería una forma de vida.

 

Ya hace dos años que Mireia Riba ganó la última edición del Concurso Camarero del Año, en 2022, y desde entonces ha afrontado diversos retos en la profesión. Tiene un gran futuro por delante, y es que cuando descubrió la sala la hizo suya, allí se divierte y se lo pasa bien. Ha ejercido como asesora y formadora en el Restaurante Mercat Negre de Sabadell, entre otros, e I+D en la Fundació Alícia, y además este año es jurado de la final de este concurso en Alimentaria.

Hablemos un poco sobre el “después” de tu victoria en el Concurso Camarero del Año. ¿Qué balance haces?

Cuando participé estudiaba dietética, el grado superior, y ya dije que me quería centrar en acabar los estudios. Acabé y empecé a coger las ofertas que me vinieron.

La valoración es muy positiva. Es un concurso que, al estar abierto a tanta gente, tanto en la semifinal como en la final te ven muchas personas, y hay quien se interesa por ti con diferentes ofertas o propuestas. A raíz del concurso, ahora he empezado a trabajar en el departamento de selección de Grupo Caterdata, y estoy en colaboración con diferentes empresas y proyectos relacionados con el mundo de la hostelería.

Paralelamente, trabajo con una marca de cafés, a través de la final del Concurso, y con ellos  hacemos diferentes eventos en stands de congresos. Y además estoy trabajando en la Fundació Alícia, donde acabo de empezar.

¿Por qué participar en un concurso de tales dimensiones?

Los concursos me sirven para marcarme objetivos y retos, y también para ponerte al límite. Tienes unos tiempos y debes superarte. Como experiencia global es una pasada. Tanto la semifinal como la final, las recuerdo de manera muy positiva, porque la sinergia entre concursantes fue bestial. Vas a competir, pero había mucha cooperación entre todos.

Si a alguien le faltaban, por ejemplo, algunos ingredientes, se los conseguíamos. La culminación fue muy bonita, haciendo piña, ayudándonos entre todos para que realmente ganara quien lo hubiera hecho mejor, y que no fuera por falta de cualquier cosa. La experiencia fue muy positiva, por toda la gente que conoces, la sensación de jugártelo todo -aunque es en el día a día donde te lo juegas realmente-. Estos retos me gustan mucho porque me despiertan por dentro y me motivan a seguir haciendo cosas. Todo esto es un aprendizaje brutal.

¿Qué aconsejas al ganador que surja de la edición de este año?

Que aproveche todas las oportunidades que le brinda el concurso, que disfrute mucho de haber ganado este premio y que lo vea como un reconocimiento del trabajo y el esfuerzo que conlleva esta profesión, porque a veces cuesta mucho que se reconozca. Que se lo tome como un impulso. Que piensen "si he podido llegar hasta aquí y ganar esto, ¿qué más retos me puedo marcar?".

Hay que tener siempre la mirada puesta en donde quieres llegar, y tener muy en cuenta la humildad, porque cuando vas muy de "sobrado", lo que puedas ganar por otros lados lo pierdes por prepotencia. La humildad no se puede perder nunca.

Mi recomendación dentro del Concurso es que se preparen todas las pruebas, por mucho que algunas les parezcan muy fáciles. Yo me las preparé absolutamente todas, con el cronómetro al lado, para tener muy en cuenta el tiempo. Y si puedes hacerlo en dos minutos en vez de tres, y es elegante, hazlo en esos dos minutos.

¿Cómo y cuándo decidiste dedicarte a esta profesión?

Fue un poco de rebote. De pequeña quería ser granjera, por ejemplo, o veterinaria… algo relacionado con los animales. Pero cuando acabé el Bachillerato, no sabía hacia dónde tirar, empecé turismo, vi que no me gustaba. Me tomé un tiempo para ver qué podía hacer y, como me gustaba mucho la pastelería, empecé a trabajar en un obrador. Allí empecé a hacer cafés y descubrí que eso me atraía más que estar dentro sin hablar con nadie.

Con mis padres, decidimos que estudiase pastelería, pero sugerí empezar por cocina y sala, para tener las bases. No estaba muy convencida, pero cuando empecé sala descubrí que era lo mío, lo que me gustaba y en lo que me lo pasaba bien. Disfruto mucho y seguiré en esta dirección. Estudié sumiller para acabar de ligar todo el sector de la cocina y la sala.

En este proceso de aprendizaje, ¿has tenido algún referente? ¿de quién has aprendido más?

Es un sector donde constantemente tienes que aprender y buscar. Las tendencias evolucionan, la gente evoluciona, y tienes que ir mirando, informándote y creciendo profesionalmente junto con el sector. Pero es cierto que yo tenía un profesor, Josep Pelegrin, que fue Nariz de Oro en 2016 y había trabajado en El Bulli, que ha sido un referente para mí, porque fue quien me impulsó a presentarme a concursos.

Otro referente, que el año pasado recibió el premio al mejor maitre, es Pablo Sacerdote, que además también fue jurado en mi edición, y le tengo un cariño especial porque estuvo en la semifinal y en la final, y la gestión de sala que tiene en el restaurante Hermanos Torres, con todo el personal… es un muy buen referente.

Sabes que es un sector en general con pocas mujeres…

Es cierto que en este sector hay pocas mujeres, tanto en cocina como en sala, y también puede ser por cómo se ve la hostelería puertas afuera.

Las desigualdades que hay en este mundo, lo complicado que es controlarlas y regularizarlas. Siempre he dicho que, por ejemplo, no es justo que yo que tengo estudios, titulaciones, y si me voy a trabajar a un bar, y a mi lado entra una chica que está estudiando otra carrera y necesita dinero para vivir, muy probablemente nos ofrecerán el mismo contrato.

Tendríamos que luchar para que se regularizase, pero en este sentido creo que las mujeres somos bastante inteligentes, vemos cómo funciona el mundo de la restauración y, si no tienes esta pasión o tienes otras cosas que también te motivan, acabas tirando hacia esas otras cosas.

Los horarios son poco compatibles con la vida familiar, a no ser que estés en un lugar donde estén muy bien estructurados. Si te toca turno partido, prácticamente no ves a la familia. También hay muchos hombres que no están a favor de estas condiciones. Cuando le dije a mis padres que quería trabajar en este sector, me preguntaban si lo había pensado bien. Mi familia disfruta muchísimo viéndome trabajar, son mis “fans”, pero me plantean esta cuestión, porque quieren que sea lo más feliz posible y tenga las mejores condiciones de vida.

La sala siempre se ha visto como el "hermano menor" de la cocina. ¿Qué se necesita para que cada vez sea más reconocida?

Si el cocinero ha ganado tanta importancia dentro del restaurante es también por la importancia que le han querido dar los medios. Hay programas de cocina, de sala no, los niños lo ven, quieren ser cocineros… Igual que existen las estrellas Michelin: la primera es para el cocinero, la segunda sí que ya va por la sala, habría que unirlo más, ir equilibrando, porque al final todo el mundo habla de que cocina y sala tienen que ser un equipo, pero luego no se acaba de ver reflejado. La sala ni se menciona.

¿Cómo te ves en unos años?

Hasta ahora siempre había dicho que quería trabajar en un restaurante, e incluso me había planteado la idea de abrir algo mío. Desde que he entrado en Fundació Alícia, no lo tengo tan claro. Me encanta el mundo de la sala, pero también es sacrificado, así que la idea de un restaurante propio queda ahora un poco aparcada.

Mi objetivo ahora es, por la parte de salud que es lo que hago en Fundació Alícia, ayudar al máximo posible de personas, y por la parte de sala, siempre hacer lo que me haga sentir cómoda y que siempre sean proyectos en los que esté a favor. Por ejemplo, no estaría haciendo un proyecto que fuera en contra del medio ambiente. Siempre hacer cosas que estén vinculadas con la restauración, obviamente, pero que tengan una finalidad.

Marta Charro (Zamora, 1991) es una de esas profesionales de sala que lleva la hostelería en la sangre. De padres cocineros, empezó a trabajar en la sala siendo una adolescente, y siempre ha llevado por bandera la atención próxima y cercana, pero profesional, y la sonrisa como carta de presentación.

Durante once años estuvo trabajando en el Restaurante El Ermitaño* en Benavente (Zamora), así como en otros bares y restaurantes de esta localidad. Después, se trasladó a Granada, donde trabajó en el Parador de San Francisco, y posteriormente, en el restaurante Al Lío, de dicha ciudad. Actualmente, dirige la sala del Seda Club Hotel Hidden Away Hotels 5*, un establecimiento de 5 estrellas situado en pleno centro histórico de Granada, en la Plaza de la Trinidad.

Marta, ¿por qué iniciaste este camino en la hostelería?

MC. Mis padres ya trabajan en restaurantes, en cocina, y yo de jovencita no era muy buena estudiante. En aquella época, la hostelería no era una profesión tan noble. Así que un verano mis padres me “castigaron” poniéndome a trabajar en un restaurante. Pero esa experiencia tuvo un efecto contrario a lo esperado, porque en vez de “fastidiarme”, me pareció increíble. Me picó el gusanillo y seguí trabajando en el sector. Pero quise empezar desde abajo, en barras de bares, como extra en bodas, etc. Ser camarera es la profesión que he elegido, que he decidido yo. Creo que es una profesión denostada, pero a mí me apasiona. Y además, cada vez se está poniendo más en valor, y eso es fantástico. 

¿Qué te atrajo de esta profesión?

MC. Yo soy de esas personas que no puede parar ni un solo día, de la que no me gusta hacer siempre lo mismo. La profesión de camarera te permite trabajar en algo que cada día es diferente. El servicio de cada día lo decide el cliente que entra por la puerta. Esa incertidumbre, esa ‘no monotonía’ es lo que me ha enganchado como una droga. Es un sector en el que cada día sales a función y cada día tienes un guion diferente.

Empezaste muy joven y te has formado con la práctica, pero, ¿consideras a alguien tu maestro?

MC. He aprendido de todos mis compañeros, pero he tenido la gran suerte de haber trabajado y aprendido de Marcelino Calvo, sumiller de El Ermitaño, de José Ángel, el maitre del Parador de Granada… También de Flavio López, que fue finalista del concurso el año pasado… Y de todos los que me han acompañado en mi trayectoria, por haber tenido tanta paciencia conmigo y hacerme creer que esta profesión es algo muy bonito, aunque pueda ser complicado. 

¿Recuerdas el peor de tus días como camarera?

MC. De lo malo, una no se acuerda, o no se quiere acordar. Pero es cierto que hubo días en los que recibes malas noticias y tienes que salir a trabajar con la mejor cara, mientras lloras por dentro. Tener que fingir ante el cliente cómo te sientes, es lo peor. 

¿Recuerdas el mejor momento o día de tu carrera?

MC. Siendo muy jovencita, cuando estaba en El Ermitaño, hubo una cena con 10 grandes estrellas Michelin y recuerdo la gran emoción que sentí al verme allí, rodeada de esos profesionales. Sentí que quería ser como ellos. 

Hablando de la profesión, ¿qué crees que es lo peor que tiene ser camarera?

MC. Yo nací para ello. Pero lo más complicado es demostrar a la sociedad, a la clientela, que no somos tontos, que no somos camareros porque no sabemos hacer nada más. Mi profesión no está suficientemente valorada, sin duda. 

Este noviembre quedaste finalista en el Concurso Camarero del Año ¿Qué supone para ti presentarte a concursos como este?

MC. Son certámenes con mucha proyección que te pueden ayudar a abrir puertas, y que dan visibilidad a nuestro oficio. Entre todos formamos parte de la revolución de la sala y respaldamos una parte importante de la economía del país. Yo creo que se ha perdido mucho de esta profesión, y tiene “mala imagen”. Pero concursos como este, ayudan a dar visibilidad a nuestra profesión. Es cierto que estamos recuperando mucho, que estamos consiguiendo más derechos, que se están subiendo los sueldos y que se intenta ayudar a la conciliación familiar, pero seguimos teniendo huida de profesionales. De hecho, con el covid, muchos profesionales se fueron del sector, y ahora nos quejamos de la falta de personal de sala, pero creo que de todo esto hay que ver lo positivo. Y es que, se han quedado en el sector realmente los que amamos la profesión, los buenos profesionales. 

Y precisamente, los mejores os disputaréis el título de Mejor Camarero o Camarera del país en 2024. Tú ya tienes experiencia, es tu segunda vez que quedas como finalista. ¿Qué crees que les gusta al jurado de tu trabajo?

CM. Creo que la naturalidad. Es un certamen donde nos presentamos camareros de todo tipo, también amateurs. Por eso creo que se valora el conjunto, y vieron que me desenvuelvo bien en la barra, en la sala, con la cerveza…. En definitiva, se valora saber un poco de todo, ser versátil y dar un buen servicio de forma resolutiva. Y yo soy un poco así, muy camaleónica. 

Y con tu experiencia, ¿cómo te prepararás para la final?

MC. Me enfrento a la final pensando que es, sobre todo, una buena experiencia, pero es cierto que quiero la revancha, quiero ganar. Soy consciente de que la experiencia es un grado y en la próxima final sé que tengo que ir sin dudas y sin nervios, para hacerlo perfecto  y disfrutar. 

¿Cómo ves tu profesión en el futuro?

MC. Me gustaría que fuera una profesión en la que los aspirantes lleguen más formados. Y que en el trabajo haya mejores condiciones laborales, mejores horarios, más espacio… Y, sobre todo, que el cliente respete al camarero. La profesión de camarero es un servicio, no una servidumbre y eso lo tiene que entender el cliente.

Y tú, ¿cómo te definirías?

MC. Yo soy parte de la rueda. Intento poner siempre mi granito de arena en mi puesto laboral. Que mi trabajo tenga sentido y, sobre todo, intento cada día hacer felices a los clientes.