Mujeres en gastronomía

"No suelo poner etiquetas a mi forma de cocinar. Busco sorprender al cliente y darle a conocer productos nuevos y de la tierra”. Así de transparente se presenta Celia Jiménez, la primera mujer andaluza en conseguir una estrella Michelin, como jefa de cocina de El Lago de Marbella, en el año 2005, hoy propietaria de su propio restaurante en Córdoba.

Esta apasionada de la gastronomía estuvo en el afamado restaurante marbellí solo cuatro años, pero fue un tiempo que le marcó. Una de las muchas huellas que han dibujado su particular forma de cocinar y de defender la coquinaria andaluza. 

Pero además de demostrarlo en sus platos, lo ha hecho y lo hace también desde diferentes púlpitos. Lo hizo como responsable del Departamento I+D y directora del departamento de Cocina de la Escuela de Hostelería de Córdoba. También, como directora de la Dirección Técnica de Cocina de la Cátedra de Gastronomía de Andalucía. Y lo hace desde hace años como miembro de  la Junta directiva y delegada territorial de Andalucía en Mujeres en Gastronomía (MEG)

Desde 2015, la chef demuestra esa pasión por la cocina, cocinada con un buen puñado de técnica depurada y muchas cucharadas de modernidad, vistosidad y también tradición en su propio restaurante en Córdoba.

Celia, abogas por una “gastronomía sin etiquetas”, pero ¿cómo te catalogarías a ti como chef y a tu cocina?

C.J. Estoy convencida de que los cocineros/as debemos de ser intérpretes del territorio al que pertenecemos. La gastronomía forma parte del patrimonio de las distintas comunidades, y, en ese sentido, siempre sentí la obligación de cocinar para mostrar lo que supone mi tierra, su identidad, su riqueza, su forma de compartir la vida etc.

¿Qué aporto yo? Técnica más depurada, la mejora visual de los platos, sabores más puros, contrastes nuevos, texturas mejor tratadas… Pero siempre pensando en la tradición. Es una ecuación simple, pero que me hace sentir cocinera.

Fuiste la primera mujer en conseguir una estrella Michelín en Andalucía, gracias a tu trabajo como jefa de cocina del restaurante El Lago. Ahora, cuando miras atrás y recuerdas aquel momento ¿qué balance haces, qué ves?

C.J. Que cocinar es una forma de vivir. Que la industria en la que operamos no espera a nadie. Que hay que estar en constante evolución. Que no he parado ni un sólo minuto de trabajar, y que no paro de planear nuevos retos profesionales…..

Desde que empecé, he servido bodas, bautizos y comuniones, he estudiado mucho, cocinado al más alto nivel, he coordinado y he dado formación, he trabajado para otros, para mí misma. Y siendo una mujer de mi tiempo. Por tanto, siempre tuve los pies en el suelo.

Es verdad que el reconocimiento es un momento de felicidad plena. Pero desde el momento en que lo recibes, sientes una responsabilidad enorme, una exigencia que te persigue el resto de tu carrera.   

Desde 2015 al frente de tu restaurante homónimo. ¿Es fácil hacer cocina de estrella Michelin en Córdoba, más concretamente donde está ubicado tu restaurante?

C.J. La cocina de estrella Michelín no es fácil hacerla casi en ningún sitio. La cocina sabrosa y barata de nuestras abuelas se proyecta como un paradigma idealizado. Los establecimientos de cocina más creativa y actual, con formato gastronómico, tienen un nicho de mercado muy reducido. Necesitan más ciudad, más actividad económica, más cultura foodie, más globalidad. No es tan fácil en Córdoba como en Madrid o Barcelona.

Además, aquí se convive con una gastronomía muy enraizada en la ciudadanía, y de mucha calidad.

¿Qué hay de la historia de Medina Azahara y de Córdoba en tu cocina?

C.J. La gastronomía en Córdoba es patrimonial. ¿Qué quiere decir esto? Pues que se ha formado como consecuencia de la realidad e identidad histórica. Es una gastronomía que parte de un clima y de una tierra determinada, de una tradición agrícola y ganadera que los distintos pueblo y culturas que alguna vez fuimos han ido aportando, generando a su vez paisajes que albergan tradiciones, y modo de producción y se va formando la identidad propia, recetas, modos de vivir y, sobre todo, productos únicos. Ahí está mi cocina.

En un momento en el que la sostenibilidad es más que una moda, ¿cómo lo articulas tú en tu establecimiento?

C.J. Todos aquellos que cocinamos “territorio” somos sostenibles. Todos aquellos que interactuamos con productores locales, dentro de las posibilidades, somos sostenibles. Todos aquellos que evitamos poner en el plato referencias lejanas y de alto impacto en la huella de carbono, somos sostenibles. Todos aquellos que respetamos las reglas de juego establecidas por la regulación laboral, y que, además pensamos en la conciliación familiar, somos sostenibles. Luego, estamos atentos a implementar toda esa realidad con dinámicas y gestos que hagan posible que traslademos el planeta a los que nos sucederán en las mejores condiciones posibles.

Además de gran chef, también has ejercido la docencia. ¿Qué opinas de la enseñanza de cocina en la actualidad? ¿Crees que los jóvenes salen “bien preparados” para afrontar lo que es ser cocinero o cocinera hoy día?

C.J. La enseñanza de cocina, como toda disciplina humanista y cultural, está en constante evolución. No podemos enseñar con las mismas claves que hace 30 años. Ni 20, diría yo. Las técnicas nuevas, la tecnología al rescate, los nuevos retos sociales como la sostenibilidad, la nutrición… Hay que actualizarla constantemente. Y hay que encaminarla hacia una enseñanza dual. La experiencia sobre el terreno es esencial. El trabajo real te muestra una dinámica que ni imaginas mientras estudias: estrés, horarios, fines de semana y fiestas, tensiones de servicio, la interactuación en equipo etc. Hay mucha toalla arrojada entre los jóvenes que se incorporan y descubren ese mundo tan especial.

Hablemos de MEG. Desde 2018, la voz de las mujeres que nos dedicamos a la gastronomía, cocineras, productoras, enólogas, comunicadoras…, ha dejado de estar en la sombra ¿Cuál es tu balance que haces de estos años? ¿Cuánto ha cambiado el panorama? 

CJ. MEG ha supuesto un antes y un después en cuanto al papel que todas las mujeres, no solo aquellas que tienen alguna distinción, desarrollan en este sector. La asociación trata de dar visibilidad a todas aquellas que de otra manera seria mas difícil que la tuviesen.

En mi opinión, mientras solo se siga hablando de reconocimientos, guías, distinciones… Esto no va a cambiar, porque es una realidad que ellos atesoran muchas más. Hay que poner el foco en otros aspectos y valorar el talento, esté dentro de los cánones que marcan las guías, los críticos, la revistas o no, y eso es lo que hace MEG Aún así, nos queda mucho por andar….

¿Te imaginabas cuando empezaste en esta profesión que conseguirías un lugar dentro de la historia de la gastronomía en femenino?

C.J. Nunca. Todo se ha ido haciendo a baja temperatura y con cocción larga.

Un deseo de futuro.

C.J. Que la cocina que haga, siga siendo aquella que me sale del alma. Sin condicionantes.

María José San Román (Valladolid, 1955) es una de las chefs más prestigiosas y reconocidas de nuestro país. La “gran dama de la gastronomía española”, además, es una de las activistas más fervientes de la igualdad en la cocina. Como presidenta de la asociación Mujeres en Gastronomía (Meg), defiende dar más voz y visibilidad a las féminas. Pero no por el hecho de ser mujeres en un sector hoy todavía masculinizado, sino por ser mujeres talentosas. 

Además de dirigir esta asociación sin ánimo de lucro, la chef sigue al frente de su restaurante gastronómico, Monastrell, y dirige con maestría La Taberna del Gourmet, Tribeca y La Vaquería Brasador, tres conceptos más libres y menos encorsetados, pero absolutamente exitosos. 

Pero por encima de todo, San Román es una chef, empresaria y gastrónoma empedernida. Embajadora de la dieta mediterránea, de la cocina alicantina, del arroz, del azafrán, del AOVE, y defensora de la búsqueda de la innovación a través de la sostenibilidad y de la salud, María José pasa por un momento en el que reivindica la libertad, como chef y como mujer.

María José, en 2018 nace Mujeres en Gastronomía, pero solo dos años después, llega la pandemia… ¿Cómo lograsteis salir del bache?

MSR. La pandemia no solo no nos hizo desaparecer, sino que nos dio un impulso imparable. Estuvimos súper conectadas y nos dio el músculo necesario para seguir adelante.

Y ahora, ¿en qué momento está Mujeres en Gastronomía?

MSR. Estamos en un momento muy bueno, pero todavía “en la pubertad” de la asociación. Estamos todavía organizándonos. Yo, personalmente, sigo en la búsqueda de ese momento en el que Mujeres en Gastronomía (Meg) funcione sola, independientemente de quien la presida. Tenemos ya la figura de una Secretaria, que puede dedicarse al día a día. Tenemos un Consejo Asesor, donde se analizan situaciones. Y estamos haciendo un organigrama que nos permitirá llegar a la madurez. Tenemos delegaciones por todo el país y también estamos abriendo en el extranjero, en Turquía, en México… Porque queremos compartir con otras mujeres del mundo los avances que conseguimos aquí. Mujeres en Gastronomía no es algo de aquí, es global.

¿Qué ha hecho en estos años y cuál es el objetivo de Meg?

MSR. Queremos ser una asociación referente donde se hable de equidad, de sumar. Porque lo de hablar de hombres y de mujeres… ¡Es antiguo! Lo que reivindicamos es la igualdad, y para ello, estamos ahora en un momento más “de guerrilla”, donde tenemos que luchar para dar voz y visibilidad a las mujeres que tienen talento. Nos queda mucho trabajo por hacer, pero no solo en nuestro sector, nos queda mucho como sociedad. Yo creo que en 3 o 4 generaciones, si no ponemos el freno, lo lograremos, pero si frenamos, tardaremos 10 generaciones más. Pero reitero que a mí la discriminación positiva también me horroriza. Lo que tenemos que hacer es ir juntos, porque si nos juntamos lo conseguiremos. De hecho, en Meg también hay hombres, hombres que creen en esta idea: en ser iguales. Y hasta ahora, ¿qué hemos hecho en Meg? Pues trabajar para dar esa voz a muchas mujeres, y sobre todo, crear una sensibilidad hacia el tema, pero hay que seguir insistiendo. Y lo hacemos a través de actividades, de presentaciones, de colaboraciones con entidades de prestigio, etc.

¿Cuántos miembros forman parte de Meg?

MSR. Somos más de 2.000, pero nos gustaría ser muchísimos más. Y como digo, que un buen porcentaje fueran hombres, porque realmente lo que nos interesa es que ellos escuchen nuestros problemas. Si solo somos mujeres que nos reunimos para explicar y escuchar siempre los mismos problemas, no llegaremos a ninguna parte.

¿Cuáles son esos problemas recurrentes?

MSR. Mira, por poner un ejemplo. Valencia es la región con más mujeres con estrella Michelín de España. En la última reunión de la presentación de la Guía Michelín en Valencia, se hizo un encuentro y todos, y digo todos, eran hombres. ¿Por qué? Me dijeron que “porque no se dieron cuenta”.  Pero también es cierto que no todo es negativo. Ahora nos encontramos en un momento de empoderamiento, sin duda. Pero desde Meg seguimos insistiendo: hay que creérselo y hay que aprovechar todos los altavoces que tengamos a nuestro alcance.

Pero, ¿no es cierto que a veces son las propias mujeres las que no quieren “salir en la foto”?

MSR. ¡Claro! Y nosotras siempre hacemos autocrítica. Nuestro problema es que no nos ponemos en valor. ¿Por qué? Porque se presupone que la mujer siempre ha cocinado, es algo innato. La mujer trabaja en la cocina por decreto, lo tiene asumido, por eso nunca ha querido méritos. Hay que poner el foco en el trabajo de las mujeres, hay que darles luz. ¿Por qué siguen siendo más famosos los hombres que lideran restaurantes junto a sus mujeres? Seguramente será una mujer la que cocine, pero es él el que se lleva los honores. Y podría poner muchos ejemplos.

¿Cómo afecta el tema de la conciliación familiar?

MSR. Sí, claro. Aunque también se está haciendo mucho en este tema. Pero es cierto que hay muchas mujeres que están renunciando a algo. O ejercen de madres y mujeres, o ejercen de profesionales de la cocina. Desde Meg reivindicamos que podamos ser profesionales de la cocina, mujeres y esposas y madres. Sin renunciar a nada.

María José, hablemos ahora de ti. ¿En qué momento te encuentras, profesionalmente?

MSR. Estoy haciendo lo que me gusta, lo que quiero. En la búsqueda de la autenticidad y muy vinculada al producto. Tenemos un huerto propio de 15.000 hectáreas donde cultivamos todo lo que servimos en los restaurantes y con mucho esfuerzo -recordemos que en Alicante no hay agua-. Estoy apostando por la sostenibilidad al cubo. Hacemos compost, depuramos el agua para no malgastar ni una gota… Y yo estoy muy vinculada, tanto que ahora, cuando sirvo en mi restaurante un calabacín que he cultivado yo, lo sirvo como si fuera caviar. Estoy cuidando mucho cada producto, cada maridaje con su AOVE… Me estoy adentrando en el mundo de los vinagres, en sus virtudes salutíferas, en sus cualidades y maridajes…. Y todo eso que hacemos, que cuidamos, es lo que enseño en mis restaurantes a cada comensal, para enseñarles a apreciar cada ingrediente.  Porque creo que en este país no se hace suficiente apología de nuestra gastronomía, de lo que tenemos. España es un Crisol de la alimentación, de la gastronomía y tenemos que lucirlo.

Monastrell, La Taberna del Gourmet, Tribeca, La Vaquería Brasado… ¿Veremos más negocio con tu sello?

MSR. No, por ahora no, porque estamos muy bien como estamos. Yo ya no busco crecer, sino disfrutar, ser libre y estar a gusto con lo que hago…  Lo de La Taberna del Gourmet va solo y es lo que tira del resto de negocios, sin duda, porque es un concepto donde el cliente no está encorsetado, donde puede disfrutar a su aire pero degusta la misma calidad que en Monastrell. Son conceptos muy diferentes y estoy segura de que el que perdurará, el que tiene más futuro es la Taberna. Yo tengo muchos amigos en alta gastronomía que están como yo, pensando en un cambio de modelo, en ir hacia restaurantes más pequeños, con menos infraestructura, más arraigados al terreno, al producto… Lo que está claro es que la alta cocina se tiene que ajustar.

Hace dos años que Teresa Gutiérrez, chef del Restaurante Azafrán en Villarobledo y miembro de la Junta Directiva de Mujeres en Gastronomía (MEG), impulsó la creación de un grupo más ‘abarcable’ y cercano en Castilla-La Mancha. El objetivo: unir el talento femenino de su tierra y lograr que se conociera fuera de sus fronteras.  

 

Ahora, nace la delegación de Mujeres en Gastronomía de Castilla-La Mancha, conducida por Blanca García Henche, profesora de Marketing turístico y promocional de la Universidad de Alcalá, y la comunicadora y estilista gastronómica Sue Moya 

 

María José San Román, presidenta de la asociación, inauguró un acto en Fenavin, conducido por Eva Rodrigo -MEG castellanomanchega dedicada a la comunicación- y apuntó que “estamos aquí haciendo un plan estratégico para ser algo importante, para servir de ejemplo a las que vienen, para demostrar que el talento no tiene género”, y que en este ‘plan’, por supuesto están incluidos los hombres como socios fundamentales para avanzar en conjunto.  

 

Sue Moya habló de sus gentes, “de humilde tradición y con un papel importante en el producto”, de una tierra en la que las mujeres han sacado a las familias adelante con poco reconocimiento; y también de los orígenes de esta delegación y de las actividades más destacadas que se han venido desarrollando en sus cinco provincias. 

 

Mientras que Blanca García Henche, desglosó el perfil de las socias -“con un perfil rural de productoras del sector agropecuario muy relevante”- que actualmente forman este comprometido grupo a través del libro que ella misma ha recopilado en colaboración con las Cortes de Castilla-La Mancha, el Instituto de Cultura Gastronómica de CLM, Alimentos de Guadalajara y la Universidad de Alcalá -Mujeres en la Gastronomía de Castilla-La Mancha- donde aparece detallada la labor de muchas de las socias y que se puede descargar de forma gratuita en la web de MEG.  

 

En representación de las cerca de 140 mujeres que pertenecen a la asociación en esta delegación, fueron protagonistas otros tres ejemplos de talento femenino que triunfa en el sector: Maribel Hernández, gerente y responsable de Calidad, Seguridad Alimentaria y Medio Ambiente de Bodegas Fontana (D.O. Uclés), pionera en recibir el sello de certificación ‘Sustainable Wineries for Climate Protection’; Carlota Rupérez, una prometedora enóloga que demostró que el futuro del vino en España sí tiene hueco para las mujeres, porque hay muchas -más incluso que hombres en promociones como la suya- y muy bien formadas; y Rosalía Molina como representante de una bodega de proyección internacional como es Altolandon, que exporta el 90% de su producción desde Cuenca.  

 

MEG cuenta con más de 1.500 socias, gran parte de España y también de países como India, México, Chile o Turquía, donde se están abriendo divisiones, “para visibilizar, dar brillo y poner en valor a todas aquellas mujeres que lo necesitan, siempre ayudándonos unas a otras, poniendo el foco en ese 55% de mujeres que trabajan en la gastronomía”. 

 

Su objetivo es mostrarlas para convertirlas en referentes. Ya lo hace, en forma de delegaciones como esta, también en Madrid, Comunidad Valenciana, Cataluña, Andalucía, País Vasco, Navarra, Baleares y Canarias. La intención es que todas las MEG asociadas en todas las provincias españolas tengan un grupo activo desde el que potenciar el talento.  

¡Error, el grupo no existe! ¡Comprueba la sintaxis! (ID: 9)