Opinión

Hablar del bar supone referirse a él como un espacio de intercambio y negociación, donde las identidades son considerablemente maleables debido, en gran parte, a los diversos elementos tangibles e intangibles que componen el propio paisaje que proyecta.

 

En ocasiones he utilizado la metáfora de la luz que atraviesa un prisma para ilustrar cómo las identidades se fragmentan y reconfiguran en el espacio bar. Incluso llegando a considerar que la acción allí desarrollada tiene poder sobre el tiempo, ya que determina la secuencia del pasado, presente y futuro; haciendo que el tiempo sólo sea concebible dentro de un marco sensible diseñado para tal efecto.

 

Desde la perspectiva que disponen mis propios avances en antropología urbana propongo un enfoque multidisciplinario, que estudia flujos superpuestos, nuevos hábitos y redes de comunicación tanto física como virtual. Es en este contexto donde el bar puede ser contemplado como un orden y un desorden, siendo la identidad el resultado de la tensión entre la planificación empresarial y las prácticas de los habitantes del establecimiento (los clientes).  Bajar al bar entonces, no deja de ser un descenso al reino de la fragmentación y la incertidumbre, donde la verdadera conquista es mantener un nivel de calidez y conexión con los demás; es ahí donde reside el equilibrio.

 

Cuando provoqué la torsión metodológica que Gastropología desarrolla respecto a la etnografía tradicional, lo hice con la intención de subrayar la espacialización de la propia observación. Me refiero a la necesidad de ampliar la capacidad de analizar y comprender las relaciones entre el individuo y su entorno espacial, considerando tanto los aspectos teóricos como los prácticos. Es en este sentido que la visión heterogénea de las relaciones en el bar que vengo denominando como gastropología o antropología del bar, son un ejemplo de cómo se pueden generar nuevos conceptos al estudiar las relaciones entre las personas y su entorno en un espacio fronterizo, como lo es un bar o un restaurante.

El espacio-frontera se define como un espacio en el que el individuo se siente proyectado hacia la socialización, lo hace por percibir, tanto seguridad como cierta comodidad, para actuar y pensar libremente. Este espacio es por lo tanto y así lo podríamos denominar semipúblico o semiprivado, y se caracteriza entre otros factores, por tener diferentes niveles de intensidad, según el requerimiento del propio momento.

 

La diferenciación entre el espacio público y privado en el ámbito urbano (allí donde priman relaciones de urbanidad) requiere una mirada a lo que significan estas dos esferas. El espacio público se define como una superficie cuya propiedad es reclamada o puede ser reclamada por la colectividad que lo habita o se relaciona con él. El espacio público es también, teóricamente accesible a todos y se caracteriza por su constante visibilidad, mientras que el espacio privado se define como cerrado, inaccesible e invisible. Sin embargo, los espacios de recreo como los bares, restaurantes y cafés podemos considerarlos como semipúblicos, ya que, aunque existen ciertos elementos arquitectónicos y regulaciones administrativas que limitan su acceso, estos lugares tienen la capacidad de acoger a todo el mundo y recrear un sentimiento de pertenencia y arraigo.

 

Estos espacios generan significados colectivos y memorias compartidas a través de las prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal. El habitar es una actividad práctica y relacional que genera espacios con usos y significados colectivos y memorias compartidas. La relación de las personas entre ellas y con el espacio determina el habitar, lo cual tiene que ver tanto con las representaciones del ambiente que las personas construyen, como con las maneras en que descubren lo que el ambiente permite u ofrece como posibilidad de ser.

 

Los bares y también los restaurantes se reivindican de continuo como lugares de socialización y conexión con los demás, son elementos esenciales e insustituibles de la vida urbana, insisto que no es sinónimo de ciudad sino de urbanidad, ya que aumentan sus pulsaciones en el marco rural de cualquier pueblo que se precie. Los bares, por lo tanto, rechazan opciones superficiales y narcisistas de ocio y consumo, y buscan preservar las experiencias auténticas y significativas que se pueden encontrar en estos espacios que por suerte huyen de ser considerados exclusivamente lugares.

Cierro invitando al lector a plantearse la diferencia entre lugar y espacio.

Nuestro entorno en las ciudades se llena de nuevos establecimientos que ofrecen una mezcla de panadería y cafetería. Son los llamados bakery cofee, dando fuerte presencia al pan dentro del establecimiento. Aunque en la mayoría de ellos la venta de pan sea más bien residual.

 

Esta proliferación de debe a diferentes motivos, que ahora no vamos a detallar, pero sí es cierto que el modelo parece de éxito y realmente ha llegado para quedarse.

 

Hay un denominador común entre todos ellos, es que la oferta es poco o nada diferenciada en cuanto a producto y servicio.

 

El mercado nacional está fuertemente dominado por pocas empresas del sector de las masas congeladas, con la consiguiente homogenización de producto que llega al consumidor.

 

La gestión de estos negocios a la vez la tenemos muy protocolizada y los equipos directivos poco o en nada se diferencian entre las cadenas actuales, son especialistas en gestión académica, pero a mi entender han desatendido la propia personalidad que debe tener cualquier establecimiento que quiera ser un verdadero referente en su entorno inmediato, aunque es evidente que sobrevivirán mientras el sector sea tendencia, pero tendrán verdaderas dificultades para prolongarse en el tiempo si no consiguen una oferta mínimamente diferenciada.

 

La realidad, que suele ser bastante dura, nos muestra cadenas en expansión cuyo origen es la cafetería-bocadillería que van ganando terreno entre el público precisamente por disponer de mayor personalidad.

 

El mercado propiamente del pan, si observamos atentamente, vemos que las cadenas de panadería sin degustación que están concentradas en la oferta de panes de calidad artesanos viven momentos dulces con ventas récord de caja. Esto nos indica que el público sabe muy bien a qué establecimiento acude en función de sus necesidades, y los modelos híbridos difícilmente perduran en el tiempo.

 

Con estas reflexiones no pretendo sentar catedra de nada, únicamente es poner sobre la mesa un diálogo que difícilmente planteamos. Cada uno de nosotros debe analizar en que sector quiere operar, en analizar a que target de cliente quiere dirigirse y sobre esas premisas diseñar el resto. El éxito es ofrecer al cliente aquello que realmente le aporta valor en su vida cotidiana, y el sector servicios somos especialistas en saber encontrar nuestro nicho de mercado.

 

 

Parece eminente que nos podemos encontrar ante la “quinta revolución industrial o la industria 5.0”, que quiere aportar una imparable fusión entre lo humano y las maquinas. ¿Es posible una colaboración plena?

 

En este nuevo entorno 5.0 nos lleva muy posiblemente a una colaboración entre las personas y la tecnología. Sus acérrimos defensores defienden que los procesos serán más rápidos, que las decisiones serán mejores y los resultados mayores. ¿Nos lo tenemos que creer a pie juntillas?

 

La quinta revolución industrial o la revolución tecnológica, puede tener impactos positivos y negativos para los humanos, está claro. Por un lado, la tecnología debe mejorar la calidad de vida y la eficiencia en muchas áreas, como la comunicación, la medicina y la producción. Por otro lado, saltan alarmas, varios expertos se han planteado preocupaciones sobre la seguridad de la información, la privacidad y la automatización de empleos.

En general, depende de cómo se utilice la tecnología y de cómo se aborden sus desafíos.

 

Un ejemplo es la IA (Inteligencia artificial), aporta ciertos beneficios a nuestra sociedad. Ésta se encargaría en el presente o en futuro cercano de las tareas mecánicas, rutinarias y más peligrosas. Los humanos, se supone, podremos destinar nuestro tiempo a tareas de más valor, que solo la razón puede realizar. ¿Realidad o entelequia? Está claro que las revoluciones tecnológicas cada vez suceden en plazo más cortos.

 

Esta quinta revolución industrial en una idílica situación, ¿qué puede aportar a la hostelería española? Le puede brindar nuevas oportunidades de crecimiento y mejora. La implementación de tecnologías como la robótica, el Internet de las cosas y IA, entre otras, permitirá a los negocios mejorar su eficiencia y ofrecer una experiencia más personalizada a sus clientes. No obstante, la incorporación de nuevas tecnologías requiere de una inversión económica. Tener una perspectiva clara de los desafíos que queremos abordar tecnológicamente es esencial para poder sacar el máximo provecho de esta nueva revolución.

 

Esta nueva tendencia se centra en la integración de la tecnología avanzada en todos los aspectos de la sociedad, incluyendo el sector de la hostelería. La tecnología puede mejorar y optimizar los procesos del sector Horeca, pero es probable que también reemplace algunos puestos de trabajo con robots y sistemas automatizados. Sin embargo, la creciente demanda de profesionales de la hostelería con capacitación tecnología y habilidades blandas, es una nueva oportunidad para que puedan liderar y supervisar estos sistemas, internos y externos. Está claro que la relación con el cliente siempre lo tienen que gestionar las personas, no se les puede sustituir por maquinas, desde mi punto de vista.

 

Creo que todos tenemos que reflexionar sobre este tema de futuro y ya de presente. A favor y en contra, y sacar nuestras conclusiones propias. Predecir lo que va a suceder es muy difícil. Valga para finalizar, la frase del empresario norteamericano y fundador de Strategos Gary Hamel: “como los grandes nietos de la revolución industrial, hemos aprendido, por fin, que la búsqueda sin preocuparse de más es insostenible y en última instancia, insatisfactorio. Nuestro planeta, nuestra seguridad, nuestro sentido de la ecuanimidad y nuestras almas piden algo mejor, algo diferente”.

La elaboración de alimentos en línea fría se está instaurando en cada vez más hospitales y clínicas por las ventajas que ofrece en distintos aspectos, tanto para el servicio de restauración del centro, como para el paciente hospitalizado.

 

Hablamos de línea fría cuando se elaboran alimentos con técnicas tradicionales para después someterlos a una bajada rápida o abatimiento de temperatura. Esta bajada súbita de temperatura consiste en trasladar la temperatura del alimento o plato de 70°C o 90°C, a la que ha sido cocinado, a +3°C en el centro del producto, en poco más de una hora.

 

Una vez abatidos, los alimentos se mantienen a temperaturas de refrigeración entre 0 y 4°C, incluyendo el emplatado y el transporte. En el momento en que van a ser consumidos, normalmente en la unidad de hospitalización que corresponda, se regenera el producto por encima de 65°C.

 

Una de las ventajas, por supuesto, es la seguridad alimentaria, ya que, las temperaturas de óptimo crecimiento bacteriano para la mayoría de los microorganismos oscilan entre los 10 y 65°C.

 

La línea fría mantiene los alimentos por debajo de los 4°C hasta el momento de su consumo, asegurando una temperatura que impide el crecimiento bacteriano, algo que es de vital importancia cuando hablamos de colectivos vulnerables como el paciente hospitalizado.

 

En la producción en línea caliente, es muy difícil o casi imposible, mantener una temperatura superior a los 65 ̊C en todo momento hasta llegar al consumidor final.

 

Si bien se recomienda implantar la línea fría a partir de las 400 camas del hospital, la realidad es que a la hora de dar un servicio para más de 100-150 comensales y, dependiendo por supuesto del personal disponible a este efecto, es bastante complicado cumplir con los parámetros de temperatura para considerar un producto seguro a la hora de su consumo.

 

Otra de las ventajas de la línea fría es la mejora en la satisfacción del paciente hospitalizado. No se nos puede olvidar la verdadera misión del servicio de restauración colectiva de un hospital: mantener alimentadas y bien nutridas a las personas que, quizá, están pasando por uno de los momentos más delicados de sus vidas.

 

Por eso, cualquier cambio en la producción o distribución que proporcione al paciente hospitalizado una mejor satisfacción con la comida recibida, debería ser una prioridad principal en el servicio de restauración colectiva de cualquier hospital.

 

Para el paciente hospitalizado, el momento de la comida es probablemente la parte más feliz del día; y lo es por varios motivos.

 

Es un momento en el que puede sentirse al margen de preocupaciones, evadirse de diagnósticos y malas noticias, de medicación o pinchazos, e incluso un momento para compartir en compañía de familiares y amigos que se hayan acercado al hospital para verlos.

 

Hay que tener en cuenta, y no es ningún secreto, que una de las quejas más frecuentes a las que tienen que hacer frente los servicios de restauración colectiva, es la temperatura a la que llega la comida al paciente.

 

En la producción en línea fría, como los alimentos se regeneran en la unidad en la que van a ser consumidos, llegan al paciente a una temperatura óptima para disfrutar plenamente de la experiencia culinaria y organoléptica que se les ofrece.

 

Lo que el paciente hospitalizado interpreta al recibir los alimentos a una temperatura adecuada, es la sensación de que la comida está recién hecha y de que está siendo cuidado y atendido también en este aspecto.

 

Otra repercusión positiva de la producción en línea fría es la satisfacción del personal, pudiendo incluso desaparecer, en algunos grupos profesionales, la necesidad de la turnicidad.

 

Al tener el producto cocinado y refrigerado con antelación, no es necesario cocinar en cada servicio. Se suele centralizar la producción en el turno de mañana de lunes a viernes, necesitando solamente en el turno de tarde y los fines de semana, el personal necesario para el emplatado y distribución.

 

De esta manera se ahorran costes y, además, el personal dedicado a la elaboración podría tener un horario fijo y disfrutar de las tardes y de los fines de semana, algo muy valorado en el sector de la hostelería, donde lo que suele ser habitual es la turnicidad.

 

Si bien todo parecen ser ventajas, nada es tan bonito ni sencillo como a priori puede parecer. La línea fría requiere una gran inversión en infraestructura y personal cualificado para llevar a cabo las técnicas culinarias tradicionales, teniendo en cuenta los cambios organolépticos que el producto final va a sufrir derivado de la refrigeración y posterior regeneración.

 

Es necesario trabajar conjuntamente para conseguir “el punto” de algunas recetas, sobre todo en el caso de arroces o pastas, para adaptar la receta tradicional al nuevo proceso de refrigeración y regeneración sin que la textura se vea afectada.

 

Además, para poder centralizar la producción y garantizar un adecuado control de todo el proceso de elaboración, es fundamental una delicada programación, previsión y ser consecuentes con una correcta organización.

Las ventajas que proporciona la línea fría con respecto a la producción en línea caliente son evidentes y múltiples y, por eso, es el sistema que cada vez más clínicas y hospitales están implantando.

 

Sin embargo, para hacerlo de una manera eficiente y eficaz, es necesario que todo el personal del servicio de restauración aúne fuerzas y conocimientos para poder, realmente, exprimir al máximo todas las posibilidades que ofrece esta línea de producción.

Semanas atrás andaba yo en lo alto de una ladera sobre el rio Sil en la Ribera Sacra gallega. El equipo de Gastropología ultimaba la apertura de un restaurante en una de esas bodegas que te hacen comprender lo pequeños que somos delante de aquella naturaleza majestuosa, más aún cuando la observamos tras los cristales de un vino bien elaborado, bien servido, bien hablado, y permítanmelo, bien reído.

Ese sin duda era el momento oportuno para permitir, junto al cliente y su equipo, que las tensiones lógicas ante un proyecto de cierta envergadura-riesgo, se fueran disipando con los sorbos del caldo elegido, agitando a base de brindis los designios al éxito. Sumando otras alegrías, dispuestas a asumir el testigo de esa barra del bar ya bendecido.

 

Los primeros antropólogos pensaban que, así como las especies evolucionaban de organismos sencillos a otros más complejos, las sociedades y las culturas de los humanos debían seguir el mismo proceso de evolución hasta producir estructuras complejas como su propia sociedad. Influidos por el evolucionismo, teorizaban sobre el ir de menos a más como un camino de explicación inequívoca.

 

Lo vi, ahí lo vi claro, era el momento de diseñar la mecánica del negocio: propuse una experiencia de servicio de sala perfecto, que en este formato de restauración debía ser evolucionista como los primeros antropólogos. Es decir, teníamos que lograr que los clientes pasaran sí o sí por la barra, propiciar unas risas de relajación, acompañar a la mesa del restaurante y permitir que los comensales gestionaran su libertad al sentirse en esa suerte de reuniones que curan.

 

Cuando me enfrento al reto que supone diseñar un bar o un restaurante independiente desde la antropología, aprendo que cada espacio requiere una solución de ingenio distinta, un matiz, un encontrar su propia lógica en los movimientos y en las coreografías que lo componen. Estamos delante de una comedia no sólo de situaciones sino también de distancias. La teoría sirve para explicar, pero será la propia acción la que determine el ajuste.

 

Larga vida a los bares que curan, a los restaurantes que nos restituyen y a la antropología que nos lo explica.

Con el cambio climático, llegó la moda de hablar sobre sostenibilidad, sus modos y prácticas, hasta la saciedad. En declaraciones de todo tipo algunos suelen aseverar que, las empresas, se hallan en el camino de evitar la situación de emergencia climática, hasta el punto de declarar: yo más, cuando en realidad al revisar sus objetivos, movimientos ciudadanos e instituciones non profit, manifiestan la evidencia -en ocasiones- de cierta alteración de la verdad.

Y como lo mejor suele ser enemigo de lo bueno, esos movimientos ciudadanos e instituciones están tomándose el análisis de la veracidad de los datos de las empresas de una forma tan rigurosa que estamos pasando de la lucha contra el greenwashing a la aparición del greenhushing.

 

Se genera greenhushing cuando una empresa no publica sus logros ambientales. A diferencia del greenwashing, en el que las empresas exageran sus políticas sostenibles, las greenhushers guardan silencio sobre las políticas de sostenibilidad, incluso si existen.

 

Un informe de 2022 de la consultora climática South Pole encontró que de las 1.200 empresas privadas encuestadas que se consideran líderes climáticas mundiales, casi una cuarta parte no publicó sus avances en materia de sostenibilidad. La mayoría de los analistas están de acuerdo en que el greenhushing está ocurriendo con más frecuencia que nunca. Pero hay cierto debate sobre los motivos, por ejemplo, en ocasiones por temor a acabar dando una imagen negativa en los medios de comunicación.

 

Veamos un ejemplo: ClientEarth ha presentado un caso, el mes pasado, contra un conglomerado empresarial francés, fabricando tanto alimentos como bebidas, ante el Tribunal de París, con la esperanza de obligarla a revelar más información sobre el uso de plásticos en sus productos y reducir la contaminación que generan. El fundamento es incumplir la normativa de la ley francesa del deber de vigilancia que se creó en 2017, para que las grandes empresas publiquen sus planes de sostenibilidad, identificando riesgos de generar impacto medioambiental y comprometiéndose a establecer medidas de prevención y mitigación, asi como las que está ejecutando y cumpliendo.

 

Al anunciar el caso ClientEarth, que está respaldada por la non profit Surfrider y la ONG Zero Waste France, reconoce que la empresa denunciada ha implementado un plan relacionado con los plásticos. Sin embargo, critica su decisión de centrarse en el reciclaje después del uso por el consumidor, citando el estancamiento de las tasas de reciclaje de plástico.

 

"El reciclaje es una solución limitada, ya que solo el 9% de los plásticos fabricados han sido reciclados", sostiene ClientEarth, que argumenta que, los plásticos plantean una serie de riesgos ambientales tales como emisiones asociadas con el vertido y la incineración, además del impacto de la contaminación plástica en la naturaleza y la salud humana.

 

De ahí que ClientEarth pide a la empresa que mida su uso de plástico en toda la cadena de valor, incluida la logística y las promociones y que mapee el impacto que los plásticos tienen en el medio ambiente y en la sociedad en toda su cadena de valor.

 

Ante situaciones como esta no es de extrañar que se esté iniciando un proceso donde por evitar greenwashing, la UE promulgará normativa para luchar contra ella en marzo, se caiga en el greenhushing y que las empresas que hasta ahora facilitaban información medioambiental sean mucho más discretas a la hora de informar sobre sus ambiciones y logros.

 

No es el caso de la empresa citada, pero el suyo puede llevar a otras empresas a evitar la necesaria transparencia sobre su comportamiento en materia de lucha contra el cambio climático, haciendo buenas aquellas lapidarias frases de Antonio Gutierres en la asamblea de la ONU: “solidaridad climática o suicidio colectivo”.

Hay un texto que en su día me llamó la atención por su simple carga de realidad.  Es el de la “teoría del caballo muerto”, que básicamente se resume en que cuando descubres que estás montando un caballo sin vida, la mejor estrategia es desmontar. Es la sabiduría tribal de los indios Dakota, transmitida de generación en generación. 

Debería resultarnos evidente que si el caballo, pongamos negocio, que se monta está muerto, entonces no queda más camino que descabalgar y abandonar. Sin embargo, en la sociedad actual, llamada moderna y evolucionada, se emplean estrategias diversas tales como: 

 

  • El uso de un látigo más grande. 
  • Cambio de jinete. 
  • El nombramiento de una comisión para estudiar al caballo. 
  • Organizar visitas a otros países para ver si en otras culturas montan caballos muertos. 
  • Bajar los requisitos, de modo que los caballos muertos puedan ser incluidos. 
  • Reclasificación de los caballos muertos como vivos discapacitados. 
  • Contratar asesores externos que ayuden a montar al caballo muerto. 
  • Aprovechamiento de varios caballos muertos juntos para aumentar la velocidad. 
  • Proveer fondos adicionales para aumentar el rendimiento del caballo muerto. 
  • Hacer un estudio de productividad para ver si jinetes más ligeros podrían mejorar el rendimiento del caballo muerto. 
  • Declarar que como el caballo muerto no tiene que ser alimentado, es menos costoso, lo que implica menos gastos generales y, por lo tanto, contribuye sustancialmente a la mejora de la base de la economía, más de lo que hacen otros caballos. 
  • Redefinición de los requisitos de rendimiento esperado para el resto de los caballos. 
  • Promocionar el caballo a una posición de dirección, etc. 

 

Todas estas decisiones que aplicadas a un caballo nos parecen claramente poco resolutivas, son las que aplicamos la mayoría de veces a un negocio o proyecto para justificar su continuidad, para justificar nuestra posición dentro de la organización o para seguir viviendo del cuento, sobre todo esto ocurre dentro de las administraciones públicas, pero también en empresas, aunque estas últimas terminan cerrando. 

 

Hace años, un sabio maestro en la vida me trasmitió un gran principio básico en el mundo de los negocios y de las inversiones, que es que debemos saber siempre lo qué estamos dispuestos a perder, el ganar más o menos llegará haciendo las cosas bien, con esmero y mucho trabajo. 

 

Esto nos ocurre muchas veces en el sector de la restauración. Acudimos a grandes asesores, a grandes expertos que saben mucho pero nunca han pisado la arena con sus propios proyectos. Sería un error de juicio el no ver el potencial positivo de un proyecto o negocio que aún no ha “despegado”, como lo sería el no ver la falta de potencial de un proyecto o negocio que nunca va a “despegar”.   

 

Muchas veces vemos que un mal negocio o proyecto se termina justificando por un análisis mal realizado.  En otras ocasiones se ve, peor aún, que un mal proyecto o negocio ha sido objeto de un análisis bien realizado, pero luego los resultados de tal análisis han sido obviados por negligencia, agendas ocultas, o intereses sesgados de sus intervinientes. 

 

Con la simplificación de los indios Dakota, si la intuición nos dice que no es un buen modelo o que ya no tiene recorrido, lo mejor es bajarse del caballo muerto y dedicar el esfuerzo a otro. 

Ya ha acabado 2022, un año muy convulso. Para el sector se prevé un cierre positivo en general, y mirando de reojo lo que pasara el próximo año. La situación actual y la que se prevé para el 2023, es que se seguirá manteniendo la situación inflacionista y de altos costes energéticos. Y no tenemos que tener los ojos cerrados ante la situación bélica en Ucrania y los posibles movimientos geopolíticos a nivel mundial, aunque este tema nos parezca lejos de una manera u otra nos afectan a todos, es la triste realidad. 

 

¿Y que pasará con la hostelería y la restauración en el 2023? Está claro que vendrán unos meses difíciles, sobre todo al principio del año. Los negocios del sector ante este escenario tienen que estar preparados, tienen que buscar herramientas de gestión que les permita buscar la rentabilidad. Un negocio del sector Horeca estará más preparado ante la adversidad y los imprevistos si cuenta con una serie de factores en su negocio controlados. Disponer de una plantilla fidelizada, estable y satisfecha con su trabajo, es muy importante, sobre todo con la falta de profesionales en el sector. Los procesos internos de trabajo que estén bien definidos, saber qué hay que hacer y quién lo tiene que hacer, es primordial para el negocio.  

 

También disponer de sistemas tecnológicos de gestión digitales claros y fáciles de utilizar, que faciliten el trabajo al equipo, en busca de la rentabilidad del negocio. Una dirección o propiedad que tenga claros los objetivos empresariales. Y por supuesto disponer de una oferta atractiva y que económicamente atraiga a los clientes. 

 

Actualmente todos hablamos de la digitalización, pero ¿Qué es? Y sobre todo para el mundo de la hostelería. Debe ser un medio que les permita a los negocios ser más rentables y eficaces, no es el fin, por mucha digitalización y sin clientes el proyecto está muerto, no se puede subsistir. Los locales del sector tienen que buscar soluciones digitales y tecnológicas que les permita ser más productivos en todos los procesos tanto internamente, como externamente. Las cuentas de explotación tienen que buscar la rentabilidad real, por muchos clientes que tengamos, si las partidas como compras, personal y gastos generales no están bien gestionadas, no se podrá sostener el negocio. Este control es primordial y para eso están las herramientas digitales, estas nos permiten crear procesos de trabajo a los integrantes de la plantilla trabajar de forma ordenada, productiva y eficaz. 

 

Todo lo anterior nos lleva a poder disponer de un potente ERP para la gestión del negocio, es crucial y estratégico disponer de esta aplicación. Poder controlar el alza de precios de las materias primas, los pedidos a nuestros proveedores, nuestro stock en tiempo real, los escandallos para buscar la rentabilidad, la trazabilidad del negocio, la gestión del personal… Son algunas de las operaciones estratégicas que nos permite este tipo de herramientas, al final buscamos ser más productivos, ahorrar tiempo en los procesos y poder tomar decisiones de una manera ágil. 

 

Y por supuesto tenemos las soluciones del front, la que están físicamente en restaurante. Para gestionar de una manera más eficiente nuestra relación con el cliente final.  

 

Hay muchas otras herramientas digitales sin duda, que aportan valor al canal Horeca, pero me quería centrar en estas dos partes del negocio que desde mi punto de vistas son las principales y las más estratégicas. 

 

Me gustaría resumir en una pequeña reflexión. No hace mucho tiempo abrir un negocio de hostelería era sinónimo en la mayoría de los casos de un éxito seguro. Pero el mundo ha cambiado, lo que era un paradigma, ya no lo es. Hay que ponerse manos a la obra, para la continuidad de los negocios. Y Como decía Henry Ford: "La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos". 

Les comparto el resumen de un artículo sobre la función simbólica del bar que propongo entregar en los sucesivos números de la revista. La idea es precisamente categorizar algunas de las situaciones que se precipitan en el contexto que el propio bar genera.

Pido disculpas de antemano si es que el lenguaje les resulta excesivamente técnico, pero creo que el asunto merece un espacio para la reflexión precisamente por la importancia que tienen estos espacios como epicentro de ciertas relaciones sociales, siendo uno de mis objetivos utilizar términos precisos. Adelante pues.

Podríamos acordar que los bares actúan como espacios de consumo convivencial en los que se propician prácticas relacionales. Los bares rebasan, por lo tanto, su función aparente de ser un lugar donde poder consumir alimentos (bebidas y comidas) en sociedad, siendo el principal establecimiento gastronómico en el que se establecen relaciones sociales de cultivo. Su función incluye la puramente material, por supuesto, pero la desborda.

Me atrevo a proponer que una de las dimensiones fundamentales del bar es su función simbólica, es decir, aquella que pertrecha a los clientes de significado, cerrando, por lo tanto, las brechas entre el mundo vivido y el deseado. La realidad sensible, está repleta de significantes, aunque acostumbran a escasear los ya mencionados significados. La malla que los humanos lanzamos sobre el universo tangible está hueca, con múltiples vacíos, dispuestos al relleno.

“Al templo (al bar) se acude, para asistir a cultos plasmados en rituales; ese templo es un lugar sagrado, segregado, donde se oficia una liturgia determinada”

El camarero, el tabernero actúa cual chamán; un mago tribal, cuya acción trasciende el servicio inmediato solicitado (un intercambio producto por dinero), para aportar significados ultra materialistas, proporcionando ese sentido simbólico-espiritual.

Al templo (al bar) se acude, para asistir a cultos plasmados en rituales; ese templo es un lugar sagrado, segregado, donde se oficia una liturgia determinada. Los alimentos, las bebidas, consumidas en el marco de los bares, son buenos para comer (es decir, se escogen por motivos biológicos, nutricionales, gustativos, de efecto) pero también buenos para pensar: dan sentido al mundo. Todo bar, por lo tanto, está inscrito en un marco taxonómico sociocultural, y una matriz espacial a la vez que simbólica, conectada con la calle, el barrio o pueblo, a la par qué dotada de unas características propias, llamémosle “el alma”, que se distingue del resto de lugares ordinarios por su esencia particular.

Los que acudimos al templo, debemos practicar una suerte de mundanidad, con el objetivo de diseñar junto al conjunto de participantes un clímax a su vez abierto y respetuoso con la identidad diferencial de cada uno de los sujetos presentes. Esta categoría que nos damos y que requiere un trabajo constante, puede ser perturbada por aquellos que desconocen el halago mútuo de estas relaciones definidas como mundanas (propias de aquel o aquella que posee mundo a sus espaldas y conoce el código).

Los que por acción u omisión renuncian a esta seducción de grupo, se caracterizan por torpedear la cuestión; apelando a una supuesta sinceridad digna de ser admirada, que consiste en decirnos lo que piensan sin que necesariamente les hayamos preguntado, como si eso nos importara un carajo.

Pido de nuevo que me perdonen y ya van dos veces en este artículo tan sufrido. Aquellos que no saben, no pueden o no quieren jugar al cortejo en nuestros bares se arriesgan a ser considerados como perfectos imbéciles. Eso sí sólo y en la acepción que los describe como auténticos aguafiestas que se caracterizan por lo impertinente que nos resulta su presencia ¿qué cuál es su función me preguntan? Pues por si tuviéramos pocos problemas en nuestro cotidiano, fabricar conflictos artificiales; podría ser que también les ponga eso tan habitual de jorobar, jorobar y jorobar.

El 89% de los entrevistados en una encuesta considera que los restaurantes no ofrecen suficientes opciones de alimentación saludable.

No he compartido nunca que la restauración “per se” tenga que ser saludable, quién quiera ofrecer opciones de alimentación más saludable, pues perfecto y enhorabuena, pero no condenemos ni juzguemos negativamente a quién opte por otras opciones alimentarias.

 

Es, no obstante, una magnífica iniciativa que también los cocineros difundan este mensaje. Ellos tienen las credenciales para unir medio ambiente, con nutrición y con el placer de comer, pero repito, respetemos y sobre todo no desvaloremos a quién nos esté ofreciendo otras alternativas como se ha venido haciendo desde tiempos inmemoriales.

 

En la elaboración de los menús, donde el coste del producto tiene un peso importante, no podemos incorporar manteniendo los mismos precios de venta productos veganos y en algunos casos vegetarianos.

 

El coste de los mismos lo hace del todo imposible y si la alternativa es como últimamente va apareciendo en los menús, la reducción más que notable del tamaño de las raciones, apaga y vámonos. Parece que el que no se deja engañar es porque no quiere.

“Empecemos y exijamos por respetar en los precios de venta que no nos cobren incrementos de precios en productos que cada día más personas se ven obligadas por sus intolerancias a tener que consumir”.

Empecemos y exijamos por respetar en los precios de venta que no nos cobren incrementos de precios en productos que cada día más personas se ven obligadas por sus intolerancias a tener que consumir (productos sin gluten) como en muchísimos casos y empezando por grandes cadenas de restauración están haciendo cuando el cliente solicita que su burger o similar sea con pan sin gluten.

 

Continuemos con mejorar las comidas de nuestros hijos en los comedores escolares (asignatura pendiente, desde hace muchos años) y no en la gran mayoría de los casos por responsabilidad de las empresas de restauración colectiva, sino por el margen de beneficio que los centros escolares cargan en los precios de venta a los padres. Ya va siendo hora de que estos centros dediquen un porcentaje sensiblemente mayor para mejorar la calidad y composición de los menús escolares a las empresas que los elaboran (cuando no a sus propias empresas).

 

Me parecen fantásticas las opciones veganas y /o vegetarianas que se van desarrollando, pero no obliguemos a incorporarlas a menús cerrados, ni consideremos que la no inclusión de los mismos es falta de sensibilidad o de estar al día de las nuevas tendencias gastronómicas.

 

Acabo con un último comentario para una reflexión que al menos yo me hago muy a menudo:

 

Veganos: productos elaborados en una gran parte de los casos con una muy importante carga de soja. ¿Es esto saludable al estar presente en una gran mayoría de sus elaboraciones?

 

Vegetarianos: ¿es de mayor calidad y sabor un producto ecológico que uno bien cultivado y con un extraordinario sabor?

 

Javier Rodríguez Benítez